jueves, 28 de mayo de 2020

Epidemias (tercera y última parte)

Historiadores, epidemiólogos y demógrafos señalan a la peste negra del siglo XIV, con un estimado de 25 millones de muertes equivalentes a la tercera parte o poco más de la población europea de entonces, y a la gripe española de principios de siglo XX, con 40 millones de fallecidos, como las epidemias más letales que compartirían el tétrico primer lugar entre las enfermedades más devastadoras de la historia conocida. Tan sólo aplicar la cifra porcentual de una tercera parte a la actual población de nuestro país, sería tanto como imaginar una tremenda mortandad de 37 millones de personas. Sin embargo, por supuesto las condiciones son totalmente diferentes ahora y el propio Covid-19 se encuentra muy lejos de adquirir esas proporciones gigantescas, porque, literalmente, todos los países del mundo han adoptado medidas emergentes de salubridad, higiene, restricción y aislamiento, como nunca se habían observado en el orbe. Pero la historia de las epidemias está ahí para recordarnos lo que sucede cuando no se toman y acatan medidas inmediatas y eficaces, independientemente de factores de difícil manejo como el desconocimiento, el descuido, la incredulidad o la desobediencia llana ante los síntomas de la enfermedad y la alarma de su contagiosidad. Como anotamos en nuestra primera entrega sobre este tema, la conciencia individual, familiar y comunitaria constituyen la mejor “vacuna” social para prevenir la enfermedad y abatir su letalidad. De lo contrario, nadie podría imaginar los alcances catastróficos de una epidemia/pandemia sin control. Los ejemplos ocurridos en el pasado siempre son una muestra objetiva de la difícil y permanente convivencia del hombre con las enfermedades de potencial epidémico.
En el año de 2018, la Coordinación Nacional de Protección Civil del país hizo un breve recuento de las epidemias prehispánicas y de las sucedidas después de la conquista en el territorio indígena de lo que hoy es nuestra nación. La evidencia pictográfica precolonial habla de posibles catarros, difteria y enfermedades respiratorias en el siglo XV; y ya con la guerra de conquista, para el siglo XVI, enuncia las enfermedades europeas de viruela, sarampión y gripe, así como de cocoliztli (al parecer, salmonelosis), paperas y tabardillo. Para el siglo XIX se documentan tifo, cólera y fiebre amarilla; y a principios del XX, peste bubónica, influenza española y paludismo. Pero, sobre todo, frente a la tesis homicídica de que el brutal despoblamiento de Mesoamérica se debió a las espadas españolas, se ha reformulado la tesis epidémica de que las enfermedades, para las cuales los naturales no tenían protección biológica, son causa importante del quebranto poblacional indígena. Lo cierto es que la crisis demográfica de epidemias y hambrunas hay que atribuirla a una “combinación” de esas tesis y alguna otra, para explicar la brutalidad de las cifras: según Cook y Borah, de una población autóctona en el México central de 25.2 millones de personas en 1518, se habría pasado, hacia 1568, a tan sólo 2.65 millones, para disminuir, a fines de siglo, a la espeluznante cifra de 1.4 millones. Diversos investigadores y especialistas coinciden en señalar este drama poblacional de efectos humanos dramáticos en nuestro pasado… Así, la historia es un referente siempre útil para que no podamos permitirnos, ni humana ni socialmente, que la pandemia que actualmente está entre nosotros produzca cifras espantosas. Las pérdidas serían irrecuperables. Cuidémonos, el Covid-19 es una enfermedad real y temible. Cierto.

jueves, 21 de mayo de 2020

Epidemias (segunda parte)

Primero pánico, en forma de miedo súbito o terror irracional, y después huida o escape, son las conductas reactivas más inmediatas que Walter Lederman refirió en la conferencia inaugural del Congreso Chileno de Infectología de 1996, en Viña del Mar, al comentar algunos de los efectos de las epidemias en los seres humanos. Y sólo después de la sorpresa, desazón e inseguridad iniciales -donde, incluso hoy, se presenta la invocación de ideas de “castigo” divino o de perfil apocalíptico- sucede el momento de reflexión racional de búsqueda de causas objetivas y condiciones materiales que expliquen el origen y expansión epidémica, o sus alcances pandémicos como los que vivimos actualmente con la enfermedad del Covid-19.
Pero el fenómeno epidémico es antiguo. Tucídides, en su Historia de la guerra del Peloponeso, ocurrida entre Atenas y Esparta en el siglo V a. C., da cuenta de la epidemia (peste negra) que diezmó sobre todo a la población ateniense y que fue un factor de explicación de su ulterior derrota. Ahora bien, como prueba histórica de la letalidad de las enfermedades contagiosas, con seguridad las dos pandemias continentales más impactantes han sido las de también peste bubónica (peste o muerte negra), ocurridas en Europa en dos periodos separados: la primera en el siglo VI y la segunda en el siglo XIV, d. C. Aquélla duró alrededor de sesenta años y, ésta última, sucedida en el periodo 1347-1382, hasta donde se puede estimar demográficamente, alcanzó la pavorosa cifra de 25 millones de muertes, aunque los datos no son exactos por la carencia de fuentes o registros de cobertura amplia, y su mortalidad se ha estudiado mediante técnicas demográficas específicas.
Al preguntarse sobre la fractura poblacional o crisis demográfica de mediados del siglo XIV, en Europa, Romano y Tenenti (Fundamentos del mundo moderno) apuntan que “…la de 1348 no es una desgracia imprevista. Un conjunto de epidemias sensu lato -y, sin duda, no sólo la peste entendida médicamente- pesa, con frecuencia y continuidad, mucho más que algunas de aquéllas de cuyo dramatismo son elocuentes testigos los cronistas”; con alusión expresa a los efectos de la carestía de alimentos, por crisis agrícolas que sucedían antes o después de una epidemia, en combinación con infraestructura hidráulica nula y deplorables condiciones de higiene, que debilitaban, generacionalmente, a las poblaciones e incrementaban su susceptibilidad al contagio.
E. A. Wrigley, en su Historia y Población, obra clásica de Demografía Histórica, encuentra y documenta en las sociedades preindustriales europeas una fuerte implicación o interrelación entre epidemias, hambrunas y guerras, que producían drásticas fluctuaciones poblacionales a la baja, y que: “En años malos la población de una localidad podía llegar a veces a conocer tasas de mortalidad hasta del 200, 300 y aun 400 por 1000”. Por intuición, deducción o conclusión, frente a estas funestas experiencias, desde entonces se sabe que el aislamiento (por encierro o escape) o la cuarentena (acotamiento del periodo de contagio) son medidas que, antes que las de tipo médico estrictamente hablando, se practican o instrumentan para evitar el contagio y su consecuencia más temida: la muerte de personas en alto número. Seguiremos…

jueves, 7 de mayo de 2020

Epidemias

La amenaza real del Covid-19, como se conoce abreviadamente a la enfermedad contagiosa que en este tiempo se presenta en el mundo bajo la noción de pandemia, descrita por los epidemiólogos, por su sintomatología observable, para todos nosotros los ciudadanos comunes o típicos no especialistas, pone en primerísimo plano, como nunca antes en la historia mundial, una realidad de larga data en la biología de este mundo: las enfermedades son una constante entre los seres vivos y, por supuesto, entre los humanos. De epidemias a pandemias la diferencia es un asunto de grado, si nos atenemos a las definiciones más generales al respecto. Por ejemplo, para la “Gran Enciclopedia Espasa” (Tomos 7 y 15), una epidemia “se produce cuando, en una comunidad, surge una enfermedad que puede afectar a gran cantidad de sujetos”; en tanto que una pandemia es la “enfermedad epidémica que se extiende a muchos países”, y esto es exactamente aplicable a lo que está sucediendo en el orbe. La existencia de epidemias está documentada en el sentido de su ocurrencia en los últimos 2500 años, con casos funestos muy representativos de las consecuencias del contagio, tanto por su número como por su intensidad, no obstante que en el momento de su ocurrencia no existiera el conocimiento científico para el señalamiento de causas y efectos específicos, a diferencia del presente en que el estado de la ciencia médica y los medios de difusión colectiva actúan con una celeridad efectiva como ahora sucede frente a la emergencia mundial de salud que nos aqueja, y que antes que el desarrollo del medicamento o antídoto biológico -que por su propia naturaleza y protocolos requiere de tiempo- ha obligado, literalmente, a todos los gobiernos nacionales a adoptar medidas de orden social y control para “romper” con el círculo y el ritmo de expansión que caracteriza a las epidemias, que comportan tres elementos fundamentales íntimamente relacionados: el humano, el parasitario y el transmisor, a los que se aúnan aspectos coadyuvantes, pero decisivos, como el clima y las condiciones ambientales.
Indudablemente, una epidemia no se caracteriza por el tipo concreto de enfermedad; sino por su capacidad de contagio o “poder de difusión”, es decir, la frecuencia con que se presenta y su generalidad para abarcar a un alto número de población potencialmente expuesta. Desde la sífilis hasta la peste bubónica, pasando por la tuberculosis, la neumonía, el cólera o la gripe, todas estas enfermedades son ejemplos dramáticamente dolorosos de pérdida de vidas humanas, cuando su contagio se desborda y, sin control, afecta a la población en general. Por eso, mientras se identifican los patógenos y los agentes transmisores para una solución medicamentosa efectiva, las medidas epidemiológicas analíticamente más importantes son las de orden sanitario, atendiendo a acciones de planificación, ejecución y evaluación, decididas por las autoridades y especialistas que concurren para adoptar una política de salud emergente de alto impacto, acompañada de un fuerte programa de difusión de medidas prácticas de higiene como las que se han adoptado en los países de todos los continentes, porque la tasa de contagio del Covid-19 es extremadamente fuerte, por el doble efecto de las propias características de la enfermedad y por el enorme desarrollo de las vías de comunicación y medios de transporte de personas, como nunca se había observado en la historia mundial, que pone en contacto y cercanía a millones de personas en todas partes. Con seguridad, a conciencia social es, significativamente, la “vacuna” más efectiva del momento para combatir la pandemia que afrontamos. Cuidémonos todos, vale mucho hacerlo.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...