viernes, 30 de septiembre de 2022

2 de octubre, no se olvida

    Terriblemente atroz, por la irracional y despiadada pérdida de la vida de los estudiantes victimados; sombríamente simbólico, por la exigencia de libertades mínimas de expresión y disenso que fueron acalladas con una violencia desmedida; e icónicamente vigente, por la fuerte carga histórico-social y política, sobre las causas, condiciones y consecuencias para el México contemporáneo; así es el recuerdo de muerte de lo ocurrido el 2 de octubre de 1968. Sabemos que el movimiento de entonces no fue exclusivo de nuestros universitarios. Fuimos un eco de otras latitudes, pero explicado por genuinas causas interiores de un entorno gubernamental autoritario y políticamente cerrado, omnipresente hasta la asfixia de la protesta y el disenso válidos. El testimonio dramático, la crónica vívida, la historia oral de Elena Poniatowska, sigue siendo profundamente escalofriante. Su libro cierra así: “Sobrevolaban la iglesia dos helicópteros. Vi que en el cielo bajaban unas luces verdes. Automáticamente escuché un ruido clásico de balazos…La balacera se hizo nutrida y automáticamente apareció el ejército (Rodolfo Martínez, fotógrafo de prensa, ‘Cómo vieron la refriega los fotógrafos’, La Prensa, 3 de octubre de 1968)” …“Son cuerpos señor…(Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de El Día”).
      Ya en este siglo, en 2003, Lorenzo Meyer escribió: “Hay, pese a todo, un contexto real para algunas de las razones de las protestas de los estudiantes, cuyos esfuerzos son un signo más que advierte que ya quedaron en el pasado los mejores tiempos del tan pregonado progreso y del genio mexicano para mantener la estabilidad”. El párrafo anterior no está tomado de un crítico del sistema político mexicano sino de un informe especial y secreto, fechado el 17 de enero de 1969, elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Su título: Desafíos al partido único de México…La CIA no se equivocaba, y alcanzó a ver lo que una buena parte de las clases gobernantes mexicanas se negaron a aceptar entonces y durante un buen tiempo después: que una etapa del proceso histórico del país había concluido y otra acababa de iniciarse”.
     Fue un año convulso en el exterior. Dice Alonso Ruvalcaba: “el horno llamado 1968 no estaba para el bollo llamado masacre de My Lai” en referencia a la guerra de Vietnam, el enfrentamiento entre el sur y el norte y la brutal actuación de los “soldados gringos” que descendieron ahí a “las 7 de la mañana, sábado de 16 de marzo, año 1968”. También, Ruvalcaba: “es 4 de abril de 1968 y el reverendo Martin Luther King Jr. … está ahí tirado como una cosa, hecho una jerga de carne, muerto”. Arturo Aguilar recuerda el mayo francés y su impacto sobre el cine, en Cannes: “tras los eventos trágicos de la noche del 10 de mayo, los estudiantes franceses en protesta llegaron al festival…Jean-Luc Godard, Francois Truffaut y Louis Malle…exigieron que se parara el evento: los detenidos durante la manifestación debían ser apoyados”. Y otras más: el Manifiesto Scum; hippies; psicodelia; trasplante de corazón; la primavera de Praga; la Teología de la Liberación; el Black Power en las olimpiadas; el golpe de estado en Perú y la dictadura en Brasil; crisis del dólar; el exterminio en Nigeria…
     En México, desde el 22 de julio, con el pretexto de reprimir una riña estudiantil entre escuelas, el ataque de policías granaderos a maestros y estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del IPN; las agresiones violentas a estudiantes del IPN y de la Preparatoria 2 de la UNAM, el 26 de julio; la formación del Consejo Nacional de Huelga y la declaratoria de huelga indefinida; el bazucazo que despedazó la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso; la manifestación del 1 de agosto y marcha de los universitarios encabezados por el propio Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en pro de los estudiantes presos y en defensa de la autonomía constitucional universitaria; la renuncia del Rector del 23 de septiembre; y la formulación de un pliego petitorio auténtico, que asombraba por la sencillez del motivo básico y fundamental de unirse en manifestación pública para expresar “la simple lucha por el mínimo de libertades democráticas”; provocaron la respuesta cobarde, bestial e inhumana de las autoridades de ese tiempo, con la macabra matanza de los jóvenes estudiantes reunidos desde las 6 de la tarde en la Plaza de las Tres Culturas en México, en ese día funesto cuyos muertos todavía claman por una justicia quimérica atrapada entre los intríngulis legales que heredamos de ese entonces. No, imposible olvidar; 2 de octubre no se olvida.

lunes, 12 de septiembre de 2022

México: patria, matria e independencia

      Los hechos narrados desde la noche del 15 y la madrugada del 16 de septiembre de 1810, simbolizados por el llamado de las campanas y la arenga de Miguel Hidalgo, en Dolores, Guanajuato, constituyen el ícono nacional que desde 1821 –después de la suscripción de los Tratados de Córdoba-- volvemos a escuchar cada año en las capitales del país y de los estados, y en las cabeceras de nuestros municipios, motivando la representación y el festejo auténticamente popular con el que conmemoramos la gesta con que inició un fenómeno de proporciones impensadas y asombrosos procesos independentistas en nuestro continente. En efecto, a partir de 1810 se sucederían levantamientos revolucionarios en toda la américa hispanizada en pos de ideales de independencia, libertades y soberanía, a manera de enorme fenómeno histórico-social y político, al que los historiadores de nuestra época califican como un movimiento repentino, violento y universal. John Lynch lo dimensiona así: una población de diecisiete millones de personas, que tenían por hogar cuatro virreinatos que se extendían desde la Alta California hasta el Cabo de Hornos, y desde la desembocadura del Orinoco hasta las orillas del Pacífico, se independizó de la corona española en un lapso de no más de quince años. Simón Bolívar, en su discurso de la Angostura, en 1819, expresaría el trasfondo dramático de las nuevas nacionalidades americanas en formación: “no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores…así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado”.
    En México, la independencia fue dura y violenta por la centenaria condición económica de ser la más valiosa de las posesiones españolas, y por el largo y fuerte proceso cultural de toma de conciencia, que se manifestaba en el pensamiento y el sentir de criollos y mestizos, que no dudaban en llamarse a sí mismos americanos, para diferenciarse de españoles y europeos. Al poco tiempo de iniciada la guerra de independencia, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, serían fusilados y decapitados. Sus cabezas, enjauladas, estarían expuestas durante diez años en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Pero su muerte, en lugar de disuadir, fue el revulsivo que alimentó la corriente independentista que siguieron Morelos, Matamoros, Negrete, Bravo, Rayón, Mina, Guerrero y Guadalupe Victoria. Cuando los mexicanos decimos que nuestro valor supremo es la soberanía nacional, no se trata de un mero eufemismo, sino una verdad tinta en sangre, porque el inicio de nuestra vida independiente tampoco fue fácil, y durante muchas décadas enfrentamos guerras injustas, invasiones y ocupaciones militares, que pusieron en riesgo nuestra supervivencia como nación independiente. Incluso, debimos superar guerras fratricidas que nos dividieron y retardaron nuestra integración como nación. Somos un pueblo con profundos elementos étnicos de identidad y pertenencia, provenientes de raíces históricas hondas y de sincretismos no buscados, plagados de singularidades culturales regionales, costumbrismos, creencias y tradiciones, transformadas en la herencia viva y vigorosa que da sentido a la expresión “Nación Mexicana” o a los sinónimos con que sustantivamos nuestra esencia: México, Estado Mexicano, República Mexicana, Estados Unidos Mexicanos. Si Edmundo O´Gorman enseñó que conmemorar no sólo es bueno, sino históricamente necesario; Gutierre Tibón aplicó criterios etimológicos, lingüísticos, geográficos y cosmológicos, para enseñarnos las sutilezas de la cosmogonía de los antiguos mexicanos, que hacían corresponder a la tierra con la luna, el agua, la vegetación y la fecundidad: el mítico “México: ombligo de la luna” u “Ojo del conejo (lunar)”, preñado de esoterismo y nociones autóctonas; alimento profundo de lo que González y González explicó: una matria (madre) y una patria (padre), mestizas, independientes, revolucionarias y contemporáneas; un conjunto de particularismos locales y regionales que trascendieron para formar una mexicanidad plena. Por supuesto que tenemos motivos sobradamente legítimos para conmemorar nuestra independencia. Sin duda.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...