miércoles, 14 de noviembre de 2018

Ética, poder salvaje y derecho

Si estimamos que en el núcleo de la sociedad habitan concepciones sobre valores y principios éticos, relaciones de poder y relaciones jurídicas, es posible advertir porqué vivimos tiempos de cuestionamiento sobre la actuación de ciudadanos y autoridades, y sobre la complejidad de una convivencia social complicada. En algunas partes ha renacido la idea antigua de que el poder nace, precisamente, de la circunstancia de que hay diferencias entre las personas y de que siempre debe privar “el poder del más fuerte”, sin más, porque se dice que el ejercicio de la fuerza se justifica a sí misma y, por tanto, la idea de “bueno” o “malo” se vuelve relativa, a la medida de la mayor o menor fuerza o medios que se tengan.
Cuando al poder salvaje se le oponen elementos éticos y valoraciones humanitarias sobre la condición de las personas, y sobre la innegable existencia de una cauda de derechos humanos intrínsecamente pertenecientes a nuestra existencia, incluso desde antes de nacer, se advierte el imperativo de reglar el poder salvaje, para volverlo poder normado, y fundarse en valores amplios sobre libertades, igualdades y equidades, para dar sentido humano y social al control del poder en la cultura contemporánea. Toda ética pública supone una ética privada que precisa del complemento de reglas jurídicas, para proteger aspectos valiosos de las relaciones humanas: la vida, la dignidad, el honor personal y familiar, el respeto entre personas y el libre desarrollo de la personalidad. Todos, derechos fundamentales; aunque frágiles cuando enfrentan conductas inmorales que los dañan y que, por ello, precisan de protección jurídica desde el propio orden constitucional.
En efecto, tanto en el contexto internacional como en el nacional, se admite que los derechos fundamentales responden a una construcción de orden ético que dota de una sólida base moral al Derecho. Luego entonces, los derechos humanos que poseemos como personas, fundados en criterios éticos, deben “positivizarse”, es decir, convertirse en leyes, pues el paradigma ético, político y jurídico dominante asume que los cuerpos normativos aprobados por el Estado no crean derechos, sino que se sujetan a reconocer los que ya existen de forma universal, por ser propios de los seres humanos, y su expresión legislativa se vuelve necesaria para poder implantar, en constituciones y leyes, mecanismos e instrumentos externos útiles, con el fin de garantizar su protección a plenitud, en forma de juicios o procedimientos jurídicos diversos.
Por supuesto, la afectación a los derechos fundamentales de las personas puede ir desde lo más grave y tangible, como la privación de la vida, hasta aquella de orden intangible, aunque no por ello menos importante, como el daño moral. Hoy día, con amplitud, se ha rebasado el criterio de que solo autoridades o instituciones públicas pueden causar violación de derechos humanos. Por ejemplo, la todavía nueva ley en materia de amparo, en nuestro país, ya admite la protección por la transgresión de derechos fundamentales provocada por conductas de particulares, y nuestros códigos civiles han incorporado, de forma paulatina pero firme, hipótesis y sanciones por razones similares. Los derechos humanos, derechos sustantivos o derechos fundamentales, así como su garantía y protección, han llegado para quedarse como un elemento vivo de las democracias actuales. Bienvenidos y larga vida.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

No, Raymundo, no. No mientas

Por supuesto, me refiero a ti, Raymundo Jiménez, por la ignorancia y falta de ética con que te conduces en tu columna “Al pie de la letra”, del día 7 de noviembre de 2018, al referirte a mi persona. Por segunda ocasión, en las más de trescientas colaboraciones modestas que he escrito desde el año de 2011 en diversos medios, como parte de tareas de divulgación de la cultura jurídica y política, debo ofrecer disculpas a mis familiares, amigos, alumnos y lectores, por tener que escribir, nuevamente, en defensa de mi dignidad y honor personal y familiar. Ser ignorante significa falto de conocimiento, de modo que no es un insulto, es una condición; pero cuando ésta se acompaña de cobardía, el resultado es moralmente fatal. Y ésta sí es tu condición, Raymundo: ignorante y cobarde.
Eres ignorante, porque desconoces que nunca he sido socio de la persona que dices; eres ignorante, porque desconoces que nunca he facturado a ningún gobierno -federal, estatal o municipal, en mi vida- ingreso alguno por contratos empresariales del tipo que sea; eres ignorante, porque en la función de director jurídico de la Secretaría de Gobierno, nunca realicé algún acto de autoridad o negocio en materia de regularización de tenencia de la tierra, pues la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo o el Reglamento Interior de la Secretaría de Gobierno, entonces y ahora, son categóricos al respecto; eres ignorante, porque incluso desconoces que la función que desempeño hasta el día de hoy es la de secretario de servicios legislativos -y no de “asuntos”, verifica el portal del congreso, es fácil, cualquiera lo puede hacer- donde he cumplido funciones estrictamente técnicas relativas al proceso legislativo, pero no de orden financiero o económico: insisto, consulta el portal, no implica ninguna preparación especial hacerlo y verifica la Ley Orgánica del Poder Legislativo o el Reglamento de los Servicios Administrativos del propio congreso. Por cuanto a la “adicción al dinero” o a las “guapas chamacas”, lamento decirte que no padezco de las intenciones que, al parecer, a ti te resultan deseables o atractivas como aspiraciones de vida.
Se puede ser ignorante, frívolo o temerario, no es delito; pero pretender ser un periodista sin tener un mínimo de ética profesional es una calamidad. Y si tu “periodismo” ha estado inmerso en este tipo de farsas toda tu vida, tristemente debo decirte que toda tu vida has vivido una tragedia. Creo que en tu fuero interno lo sabes muy bien; pero en tu fuero externo, también, tus bienes demuestran a que te has dedicado con tu singular forma de practicar el “periodismo”. Tu cobardía es insultante: sólo un cobarde puede expresarse de las mujeres como tú lo haces; pretender difamar y destruir el derecho humano al honor personal y familiar, atacar la dignidad humana de una persona cuya formación profesional y posgrados (sí, Raymundo, en plural) se fundan en el esfuerzo, el mérito académico y la docencia, e intentar anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas por su condición de sexo o género, es un asunto de cobardes. Tal vez sea bueno que consultes a los alumnos y alumnas de varias generaciones, sobre los méritos profesionales de la maestra que insultas con tanta cobardía. Cuando consultes a otros, trata de que tengan un mínimo de autoridad moral. Pero no consultes a tu conciencia: ahí no existe nadie o nada que consultar. Estoy a tus órdenes como ser humano, como persona, como profesional y como hombre, aunque ignores el significado de la hombría.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...