Por
supuesto, me refiero a ti, Raymundo Jiménez, por la ignorancia y falta de ética
con que te conduces en tu columna “Al pie
de la letra”, del día 7 de noviembre de 2018, al referirte a mi persona. Por
segunda ocasión, en las más de trescientas colaboraciones modestas que he
escrito desde el año de 2011 en diversos medios, como parte de tareas de
divulgación de la cultura jurídica y política, debo ofrecer disculpas a mis
familiares, amigos, alumnos y lectores, por tener que escribir, nuevamente, en
defensa de mi dignidad y honor personal y familiar. Ser ignorante significa
falto de conocimiento, de modo que no es un insulto, es una condición; pero
cuando ésta se acompaña de cobardía, el resultado es moralmente fatal. Y ésta
sí es tu condición, Raymundo: ignorante y cobarde.
Eres
ignorante, porque desconoces que nunca he sido socio de la persona que dices;
eres ignorante, porque desconoces que nunca he facturado a ningún gobierno
-federal, estatal o municipal, en mi vida- ingreso alguno por contratos
empresariales del tipo que sea; eres ignorante, porque en la función de director
jurídico de la Secretaría de Gobierno, nunca realicé algún acto de autoridad o
negocio en materia de regularización de tenencia de la tierra, pues la Ley Orgánica
del Poder Ejecutivo o el Reglamento Interior de la Secretaría de Gobierno,
entonces y ahora, son categóricos al respecto; eres ignorante, porque incluso
desconoces que la función que desempeño hasta el día de hoy es la de secretario
de servicios legislativos -y no de “asuntos”, verifica el portal del congreso,
es fácil, cualquiera lo puede hacer- donde he cumplido funciones estrictamente
técnicas relativas al proceso legislativo, pero no de orden financiero o
económico: insisto, consulta el portal, no implica ninguna preparación especial
hacerlo y verifica la Ley Orgánica del Poder Legislativo o el Reglamento de los
Servicios Administrativos del propio congreso. Por cuanto a la “adicción al
dinero” o a las “guapas chamacas”, lamento decirte que no padezco de las
intenciones que, al parecer, a ti te resultan deseables o atractivas como
aspiraciones de vida.
Se
puede ser ignorante, frívolo o temerario, no es delito; pero pretender ser un
periodista sin tener un mínimo de ética profesional es una calamidad. Y si tu
“periodismo” ha estado inmerso en este tipo de farsas toda tu vida, tristemente
debo decirte que toda tu vida has vivido una tragedia. Creo que en tu fuero
interno lo sabes muy bien; pero en tu fuero externo, también, tus bienes
demuestran a que te has dedicado con tu singular forma de practicar el
“periodismo”. Tu cobardía es insultante: sólo un cobarde puede expresarse de
las mujeres como tú lo haces; pretender difamar y destruir el derecho humano al
honor personal y familiar, atacar la dignidad humana de una persona cuya
formación profesional y posgrados (sí, Raymundo, en plural) se fundan en el
esfuerzo, el mérito académico y la docencia, e intentar anular o menoscabar los
derechos y libertades de las personas por su condición de sexo o género, es un
asunto de cobardes. Tal vez sea bueno que consultes a los alumnos y alumnas de
varias generaciones, sobre los méritos profesionales de la maestra que insultas
con tanta cobardía. Cuando consultes a otros, trata de que tengan un mínimo de
autoridad moral. Pero no consultes a tu conciencia: ahí no existe nadie o nada
que consultar. Estoy a tus órdenes como ser humano, como persona, como
profesional y como hombre, aunque ignores el significado de la hombría.
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