jueves, 28 de febrero de 2019

Veracruz: 500 años (VI. Las Culturas del Golfo)

En una obra clásica, a manera de enciclopedia sobre la Historia de Veracruz (reimpresión de 1992, de la obra original de los años 1947-50), que integra los aportes de dos de los historiadores más reconocidos de nuestro Estado, Manuel B. Trens y José Luis Melgarejo Vivanco, se puede leer en el capítulo I, tomo I, en referencia a las culturas más antiguas y sus asentamientos que: “El estado actual de las investigaciones no permite un ensayo histórico del periodo arcaico suficiente para explicar su aparición asombrosa con uso del maíz, telares, adorno y característicos adelantos en la organización económica, social y política”; cuestión que no impide reconocer parentescos lingüísticos, o el periodo de mayor intensidad de las culturas arcaicas en los siglos I a III d. C. u otros periodos posteriores asociados a culturas autóctonas específicas, o las intensas expansiones de los pueblos del golfo, o la relación con otros pueblos mesoamericanos por intercambios o migraciones diversas, hasta llegar al punto tempo-geográfico en que: “El sorprendente fenómeno de la Conquista Española derrumbó con extraordinaria rapidez la estructura económico-social de los indígenas, triturando culturas y pueblos”.
En general, se sabe que en el espacio que ahora ocupa Veracruz, los creadores de las culturas del Golfo fueron tres grupos prehispánicos: olmecas, totonacas y huastecos. El primero de ellos fue el más antiguo y de mayor influencia cultural. Su zona de influencia abarcaba desde el Papaloapan, Veracruz, hasta Tabasco, y fue una cultura costera de tierra caliente. De los totonacas solo hay hipótesis sobre su identidad y orígenes, aunque no existe duda que fue multiétnica, en un espacio que iba desde el río Cazones hasta el río Papaloapan. Por su parte, la cultura huasteca se asentó en un amplio territorio desde el río Cazones hasta el sur del actual Tamaulipas, y sus principios también son inciertos. Veracruz es parte de Mesoamérica y, dentro de su singularidad, las culturas arcaicas compartieron rasgos comunes de conocimiento agrícola, caza o pesca; alimentos y bebidas; astronomía y calendario; los sistemas de dominio y tributo; comercio y medicina; e, incluso, música, danza y literatura. Indudablemente, un lugar de visita pública y acercamiento a las consideraciones hasta ahora expresadas en forma muy general, lo es el Museo de Antropología de la ciudad de Xalapa, Veracruz, para revisar la evolución de las culturas y civilizaciones de esta parte de nuestro país, con un enorme acervo de notable relevancia arqueológica, antropológica, etnológica e histórica, porque conserva y preserva vestigios y evidencia de carácter universal.
Por otra parte, con actualidad, Enrique Florescano, en “Los orígenes del poder en Mesoamérica” (2009) ha llamado la atención sobre los cimientos de la organización política en la América media, apuntando que se pueden reducir “a cuatro pilares: el grupo étnico, el altépetl, la fundación del reino y el proceso centralizador del Estado [y que] su interiorización en el imaginario colectivo tomó la forma de mediaciones religiosas e ideológicas cristalizadas en ritos, mitos, símbolos, imágenes y relatos históricos”. La eclosión de todos estos factores geográficos, culturales y de horizontes, así como su diversidad-homogeneidad, dieron lugar a un proceso de afirmación del Estado, predominante a lo largo de ese tiempo “hasta su brusco apagamiento en las trágicas jornadas de 1521 en Tenochtitlán”. Seguiremos.

jueves, 21 de febrero de 2019

Veracruz: 500 años (V. El paisaje local)

Dice Watsuji en la Antropología del Paisaje (2006), que la interacción del hombre con climas y territorios produce un paisaje física y culturalmente determinado. Por ejemplo, las sociedades agrarias viven, ineludiblemente, la necesidad de adaptarse al clima y a la fertilidad del suelo, que resultan factores determinantes en los procesos de acomodamiento y distribución espacial de los seres humanos y de sus actividades, motivando la formación de estructuras y patrones de organización colectiva que, por su propia dinámica, gestan avances artesanales o tecnológicos, mayor división del trabajo y creciente demografía. De este modo, la acción humana reconduce la naturaleza de las relaciones personales hacia formaciones sociales características de sociedades crecientemente variadas en el largo tiempo, recreando el paisaje previo en uno de mayor complejidad, que se refleja en instituciones políticas y sociales de nuevo cuño. El ser individual y el ser social son interdependientes del clima y el ambiente en que se desenvuelven y forman, así, un paisaje específico.
El Veracruz prehispánico, el Veracruz colonial, el Veracruz posterior y el de nuestros días -y también el que venga en el futuro- el Veracruz mesoamericano, en suma, es y representa un paisaje singular, propio y muy nuestro. En este sentido, Carmen Blázquez, en su Breve historia de Veracruz (2000), nos dice que: “Tanto su geografía como su historia han dado un carácter especial y propio a Veracruz y a los veracruzanos. Una faja de tierra larga y angosta de contornos irregulares, bordeada por montañas y mar, expresa y explica la riqueza de su diversidad: grandes sierras, elevados volcanes, barrancas profundas, cerros que se levantan airosos sobre pequeñas planicies elevadas, cañadas por donde corren los ríos, estrechos valles y extensas llanuras, regiones sembradas de lagunas y el borde casi uniforme del litoral con las aguas azuladas del Golfo de México. Variedad y contraste en relieve, vegetación y clima, y también en lo referente a habitantes, desarrollo, cultura, pensamiento y trabajo…este paisaje natural diverso se relaciona con tiempos remotos, con el pasado ancestral cuyo brazo toca nuestro presente para hacernos comprender lo que fuimos y lo que somos: puerta de entrada para la colonización española, sitio del primer ayuntamiento novohispano, camino y paso obligado de viajeros e ideas que van, en ida y vuelta, de la costa al centro de México…
Nos preguntábamos en la entrega anterior sobre qué pueblos vivieron en el actual suelo veracruzano y por quiénes fueron sustituidos sucesivamente. Éstas son preguntas de Historia, pero también de Antropología y Etnología por lo menos, porque la opinión de la Arqueología subyace y está presente siempre. Las respuestas han sido diversas, con tonos de consenso por un lado y de diferencia por otro; empero, orientadas por el propósito de desentrañar nuestra identidad originaria, la del mestizaje y la de las formas de expresión de ambas calidades, en el contexto de lo que hoy conocemos como nuestra vida nacional. No hay resultados o conclusiones definitivas, porque todo es prematuro y siempre está en construcción en el horizonte de las historias regionales, sin que haya verdades contundentes, aunque ya hace algún rato que hemos logrado construir nombres e identidades: olmecas, huastecos, totonacas, popolocas, toltecas, chichimecas, nonoalcas…Seguiremos.

jueves, 14 de febrero de 2019

Veracruz: 500 años (IV. La Mesoamérica previa a la conquista)

Del conjunto de autores citados en nuestras entregas anteriores, se puede obtener la apreciación general sobre la Mesoamérica espaciotemporal, homogéneo-diversa, cultural y geográficamente definida: en los años que van del 900 al 1450, señalado como periodo Postclásico temprano, los límites geográficos de esta amplia región central vieron disminuir su frontera norte, ahora “marcada por los ríos Lerma y Moctezuma y una línea que pasaría por el Río Motagua en Guatemala y el Golfo de Nicoya en Costa Rica” (Nalda, op. cit.). El fin del Clásico e inicio del Postclásico estaría caracterizado por “el colapso del sistema teotihuacano”, el “abandono de Monte Albán” y “las guerras de exterminio protagonizadas por las ciudades mayas de la selva”, como lo señala Pablo Escalante Gonzalbo en “El Posclásico Temprano (900-1168)” (op. cit.). No obstante, la magnitud de los hechos documentados no serían de tal impacto que alteraran la circunstancia mesoamericana como para transformarla en una nueva civilización del Postclásico diferente de sus antecesoras. Las migraciones y la reubicación de poblaciones enteras, el indudable crecimiento poblacional y la multiplicación de ciudades, así como un mayor urbanismo y el desarrollo de obras arquitectónicas importantes, tuvieron, en esta época, el añadido de la invasión de pueblos provenientes de más allá de la frontera norte de Mesoamérica: los chichimecas.
Estos grupos eran de origen dominantemente nahua, aunque había también pames y purépechas, y su flujo migratorio norte-centro se orientó hacia los valles de Puebla y Tlaxcala, México, Toluca y hacia la meseta tarasca. El decaimiento de las ciudades “centrales” de la región y la llegada de los grupos norteños chichimecas no debió darse en absoluta paz; y a ello se debe, probablemente, el reencauzamiento de las acciones de guerra y el “espíritu” beligerante que dio un fuerte reconocimiento social, en general, a la clase guerrera (de ahí los caballeros “águila” o los “jaguar”); pero esta característica cohabitó, indefectiblemente, con su contraria equivalente: también estamos ante una época de acuerdos y alianzas (triples o cuádruples), para poder transitar con posibilidades de supervivencia, continuidad o éxito.
La primera ciudad importante del periodo Postclásico es, indudablemente, la Tula tolteca, la Tula del actual Estado de Hidalgo -aunque hubo varias “Tula”- heredera de tradiciones chichimecas y tradiciones teotihuacanas, cuyas relaciones y nexos llegaron incluso a Yucatán donde la refundación de Chichén Itzá refleja la influencia tolteca recibida, en sus diversas manifestaciones arquitectónicas e iconográficas. Con todo, Tula y Quetzalcóatl son el lugar y el dios común que reconocen, de una u otra forma, los toltecas, mayas, mixtecos, tetzcocanos, cholultecas y mexicas, en la Mesoamérica del Postclásico. En particular, no hay duda de que los mexicas consideraban su herencia y linaje directamente relacionados con la Tula hidalguense. Por eso no es casual que la caída de esta ciudad, alrededor del 1200 d. C., señale el inicio del periodo Postclásico tardío que, a su vez, concluye con la conquista española. ¿Qué pasó en el actual suelo veracruzano? ¿qué pueblos imperaron? ¿por quién fueron sustituidos sucesivamente? ¿cómo se vivieron los periodos preclásico, clásico y postclásico? ¿cuál era la situación etnohistórica previo a la llegada de los españoles? Seguiremos.

viernes, 1 de febrero de 2019

Veracruz: 500 años (III. La cultura madre)

Manuel Ceballos alude al espacio mexicano, en su colaboración inicial en la “Historia de México” que coordinó Gisela von Webser, expresando que en la comprensión de los hechos históricos la relación entre geografía e historia es estrecha y equivale al binomio espacio-tiempo. Y así, nuestro autor afirma que desde los estudios clásicos de Humboldt, Payno, García Cubas, Bassols, Bataillon y García Martínez, así como a partir del estudio y conocimiento de las referencias culturales por las cuales se dan nombres propios a diversas poblaciones, regiones, montañas o valles, “hay uno que lo preside y domina todo: México”.
Y cuando se escribe sobre las primeras civilizaciones de México, numerosos autores son del criterio predominante de que la cultura Olmeca, asentada en Tabasco y Veracruz, fue la “cultura madre” de las civilizaciones más representativas de Mesoamérica; y que, más adelante, ya en el periodo Clásico, fue durante los primeros 900 años d. C. que las ciudades iniciales alcanzaron niveles demográficos -no sin altibajos- y urbanísticos que con el tiempo consolidaron manifestaciones religiosas y culturales florecientes: Tikal, Copán, Palenque, Calakmul, Teotihuacán, el Tajín, Remojadas, Monte Albán, Bonampak.
De los autores que hemos citado en nuestras dos entregas anteriores, González y González (“Viaje por la historia de México”) escribe: “Entre los años 700 y 900 d. C., el mundo clásico se derrumbó: Teotihuacán fue abandonada y las ciudades mayas tragadas por la selva. Los sobrevivientes de las antiguas ciudades se reorganizaron, crearon nuevos reinos y conquistaron nuevos imperios. Esta segunda época de esplendor, conocida como la época posclásica, fue interrumpida por la llegada de los españoles”.
Asimismo, cuando en la “Nueva Historia General de México” Nalda refiere al periodo Clásico en el México antiguo, anota que más allá de la cerámica, la arquitectura, las fluctuaciones demográficas, los ajustes tecnológicos o la idea de nuevas rutas comerciales: “…existen en la historia del Clásico mesoamericano transformaciones que se han visto como verdaderas catástrofes. De ellas destacan dos: la `caída´ de Teotihuacán y el colapso del Clásico maya. A pesar de ser acontecimientos que se han estudiado desde hace muchos años, aún no hay consenso sobre sus causas, ni siquiera sobre la manera en que se produjeron”.
Y aunque hacia el final de esas nueve centenas de años decayeron las ciudades de la cultura teotihuacana y la maya, Mesoamérica se reorganizó bajo nuevas reglas, con lapsos de inestabilidad, con ciudades en situaciones de dominio y contradominio que, generalmente, se resolvían mediante acciones de guerra, sojuzgamiento, tributo y sacrificios humanos, que indefectiblemente se vincularon con los cultos religiosos de los que tenemos memoria pictográfica y monumental de gran valor artístico. La época conocida como el Postclásico vio surgir los imperios tolteca, tarasco y azteca. En líneas gruesas, dice Pablo Escalante Gonzalbo (ídem), que las nuevas ciudades y reinos no fueron un nuevo tipo de civilización de transformaciones profundas, pero si de copiosos movimientos migratorios que produjeron una notable reubicación poblacional, sobre todo en los años 900-1168, debido al repunte del crecimiento absoluto de la población que trajo consigo, a su vez, un mayor número de ciudades mesoamericanas, obras hidráulicas y violencia en forma de guerras. Seguiremos.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...