Manuel
Ceballos alude al espacio mexicano, en su colaboración inicial en la “Historia de México” que coordinó Gisela
von Webser, expresando que en la comprensión de los hechos históricos la
relación entre geografía e historia es estrecha y equivale al binomio
espacio-tiempo. Y así, nuestro autor afirma que desde los estudios clásicos de
Humboldt, Payno, García Cubas, Bassols, Bataillon y García Martínez, así como a
partir del estudio y conocimiento de las referencias culturales por las cuales
se dan nombres propios a diversas poblaciones, regiones, montañas o valles, “hay uno que lo preside y domina todo: México”.
Y
cuando se escribe sobre las primeras civilizaciones de México, numerosos
autores son del criterio predominante de que la cultura Olmeca, asentada en
Tabasco y Veracruz, fue la “cultura madre”
de las civilizaciones más representativas de Mesoamérica; y que, más adelante,
ya en el periodo Clásico, fue durante los primeros 900 años d. C. que las
ciudades iniciales alcanzaron niveles demográficos -no sin altibajos- y
urbanísticos que con el tiempo consolidaron manifestaciones religiosas y
culturales florecientes: Tikal, Copán, Palenque, Calakmul, Teotihuacán, el
Tajín, Remojadas, Monte Albán, Bonampak.
De los
autores que hemos citado en nuestras dos entregas anteriores, González y
González (“Viaje por la historia de
México”) escribe: “Entre los años 700
y 900 d. C., el mundo clásico se derrumbó: Teotihuacán fue abandonada y las
ciudades mayas tragadas por la selva. Los sobrevivientes de las antiguas
ciudades se reorganizaron, crearon nuevos reinos y conquistaron nuevos
imperios. Esta segunda época de esplendor, conocida como la época posclásica,
fue interrumpida por la llegada de los españoles”.
Asimismo,
cuando en la “Nueva Historia General de
México” Nalda refiere al periodo Clásico en el México antiguo, anota que
más allá de la cerámica, la arquitectura, las fluctuaciones demográficas, los
ajustes tecnológicos o la idea de nuevas rutas comerciales: “…existen en la historia del Clásico
mesoamericano transformaciones que se han visto como verdaderas catástrofes. De
ellas destacan dos: la `caída´ de Teotihuacán y el colapso del Clásico maya. A
pesar de ser acontecimientos que se han estudiado desde hace muchos años, aún
no hay consenso sobre sus causas, ni siquiera sobre la manera en que se
produjeron”.
Y aunque
hacia el final de esas nueve centenas de años decayeron las ciudades de la
cultura teotihuacana y la maya, Mesoamérica se reorganizó bajo nuevas reglas,
con lapsos de inestabilidad, con ciudades en situaciones de dominio y
contradominio que, generalmente, se resolvían mediante acciones de guerra,
sojuzgamiento, tributo y sacrificios humanos, que indefectiblemente se
vincularon con los cultos religiosos de los que tenemos memoria pictográfica y
monumental de gran valor artístico. La época conocida como el Postclásico vio
surgir los imperios tolteca, tarasco y azteca. En líneas gruesas, dice Pablo
Escalante Gonzalbo (ídem), que las
nuevas ciudades y reinos no fueron un nuevo tipo de civilización de
transformaciones profundas, pero si de copiosos movimientos migratorios que
produjeron una notable reubicación poblacional, sobre todo en los años
900-1168, debido al repunte del crecimiento absoluto de la población que trajo
consigo, a su vez, un mayor número de ciudades mesoamericanas, obras
hidráulicas y violencia en forma de guerras. Seguiremos.
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