viernes, 13 de septiembre de 2019

La Independencia de México

Cuando el 24 de agosto de 1821 nuestros independentistas suscribieron, con los representantes de la corona española, los Tratados de Córdoba, se cumplían casi once años de lucha desde la noche del 15 y la madrugada del 16 de septiembre de 1810, en que se dio lo que coloquialmente conocemos como el “grito” de Don Miguel Hidalgo en Dolores, Guanajuato, con el llamado de las campanas que tañeron y que desde entonces volvemos a escuchar cada año en la capital del país y las de los Estados. La conmemoración que celebramos tiene, además, un profundo sentido histórico y social de proporciones continentales, porque a partir de 1810 en adelante, se dio el proceso de independencia de México, y también el de la gran mayoría de los actuales países hispanoamericanos o latinoamericanos. Todos los historiadores contemporáneos de esta enorme región, constituida en el tiempo y en el espacio durante los últimos doscientos nueve años, la ven como un movimiento tan repentino, violento y universal, que una población de diecisiete millones de personas, que tenían por hogar cuatro virreinatos que se extendían desde California hasta el Cabo de Hornos, desde la desembocadura del Orinoco hasta las orillas del Pacífico, se independizó de la corona española en un lapso de no más de quince años. Casi para finalizar la guerra independentista y continental, Simón Bolívar expresó, en su discurso de la Angostura de 1819, el trasfondo de las nuevas nacionalidades americanas en formación: “no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores [españoles]…así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado”. En México la independencia fue más dura y violenta, por la centenaria condición económica de ser la más valiosa de las posesiones españolas, y por el largo y fuerte proceso cultural de toma de conciencia de sí, que se expresaba en el sentido de identidad, pertenencia y orgullo de los criollos y mestizos que no dudaban en llamarse a sí mismos americanos, para diferenciarse de españoles y europeos. Al poco tiempo de iniciada la guerra de independencia, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron fusilados. Decapitados, sus cabezas enjauladas fueron expuestas durante diez años en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Pero su muerte, en lugar de disuadir, fue el acicate que alimentó la fiebre independentista que continuaron José María Morelos y Pavón, Matamoros, Negrete, Nicolás Bravo, Ignacio Rayón, Francisco Javier Mina, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. Cuando los mexicanos decimos que nuestro valor supremo es la soberanía nacional, no decimos un mero eufemismo, sino una verdad tinta en sangre, porque el inicio de nuestra vida independiente tampoco fue fácil, y durante muchas décadas enfrentamos guerras injustas, invasiones y ocupaciones militares, que pusieron en riesgo nuestra supervivencia como nación independiente e, incluso, debimos superar guerras fratricidas que nos dividieron, nos debilitaron y que retardaron nuestra integración y progreso como nación. Indudablemente, tenemos motivos absolutamente legítimos para conmemorar nuestra independencia. Cierto.

jueves, 5 de septiembre de 2019

México: matria y patria


El 11 de diciembre de 1993, con motivo del Tratado de Libre Comercio México-Estados Unidos-Canadá, que entraría en vigor el 1 de enero de 1994, la Comisión de Gobernación y Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, celebró un foro para examinar la posibilidad del cambio de denominación de “Estados Unidos Mexicanos” por el de “México”.
En esa ocasión, Don Antonio Martínez Báez, constitucionalista consumado, decía sentirse muy alarmado porque se quería hacer algo que ya estaba hecho, como “si México no se llamara México”, como si su esencia no fuera la de una nación con raíces históricas, culturales, sociológicas y jurídicas, y con elementos étnicos de identidad y pertenencia que, todo junto, dieron lugar a los sinónimos existentes hoy día en nuestra norma fundamental: Estado Mexicano, Nación Mexicana, República Mexicana, Estados Unidos Mexicanos y, por supuesto, México. El Mtro. Martínez Báez aludía, así, con brevedad, a aspectos centenarios de orden histórico, sociológico y jurídico que otorgan sentido a las expresiones constitucionales apuntadas, porque, por supuesto, el tema no se puede agotar en un único vector.
           Gutierre Tibón acudió a criterios etimológicos y lingüísticos aunque también se apoyó en nuestra geografía y cosmología para acercarse a las sutilezas de la visión del mundo de los antiguos mexicanos, que hacían corresponder a la tierra con la luna, el agua, la vegetación y la fecundidad.
Para Tibón, el mítico “México: ombligo de la luna” u “Ojo del conejo (lunar)”, preñado de esoterismo y nociones autóctonas, es la profunda matria de la que surgió la patria mestiza e independiente, y después la revolucionaria; pero también la de estos días que nos parecen de crisis sin remedio, sólo porque en nuestro ahogo olvidamos acudir a las raíces de nuestra mexicanidad, así como a la experiencia vivida por nuestras madres y padres históricos, que perdieron su vida intentando solucionar los fuertes quiebres de injusticia social que vivían y que no querían para sus hijos.
           Por eso don Edmundo O´Gorman enseñó que “conmemorar” no sólo es una acción buena, sino necesaria para la identidad de un pueblo como el nuestro, cuya mexicanidad se formó –y se sigue formando– por la conjunción de elementos raciales, étnicos y culturales, y también a contrapelo de desigualdades e inequidades humanas.
Conmemorar nuestra independencia como mexicanos y como nación de hondo pasado, es casi un acto de supervivencia comunitaria, regional y nacional, mediante el método de la memoria histórica para la reivindicación de quienes acaudillaron la “revolución de independencia”, como la llamaron los mexicanos que historiaron, en su tiempo, la lucha armada iniciada en 1810. Ahora que en este mes se festeja nuestra independencia, bien podemos recordar a don Alejandro Aura y decir: los insurgentes originales pusieron su identidad y les siguieron los demás; los mexicanos que hoy somos debemos construir lo que sigue, por el bien de nuestras familias y de las comunidades que, conjuntamente, formamos la Nación Mexicana, México o República Mexicana.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...