jueves, 21 de marzo de 2024

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable. La bio-bibliografía sobre su persona y, por supuesto, sobre su condición de personaje, es casi interminable. Hoy mismo están pronunciándose centenas de discursos políticos, o de orden oficial, así como de carácter institucional, conmemorativo, mesas redondas, paneles, editoriales y notas periodísticas. Con absoluta certeza podemos afirmar que nunca se ha escrito tanto de la vida, obra y legado de una persona, como la de Juárez. En uno de los textos más recientes sobre el periodo que lo tocó vivir a don Benito, Paco Ignacio Taibo II cita más de veinticinco autores de los siglos XIX, XX y del que corre, para escribir un entre texto de narrativa singular en cinco cuartillas. ¿Cómo referirse a Benito Juárez en una exposición individual de 15-20 minutos, o en un panel o mesa por 90 o 100 minutos? ¿Qué método aplicar? ¿Carlyleano? ¿Histórico-sociológico? ¿Politológico? ¿Bibliográfico? Tal vez todo esfuerzo por compactar líneas en torno a la figura de Juárez requiera de un poco de todo.

    Antecedido por un tortuoso y largo proceso de gestación iniciado en 1808-10, como lo apunta Reyes Heroles en su estudio sobre el liberalismo mexicano, el papel de Juárez fue central y decisivo para producir el alumbramiento de un Estado nacional, que tomó consciencia de sí mismo en sentido colectivo existencial y también conciencia ético reflexiva de su propia naturaleza política. A diferencia de los primeros liberales mexicanos, que vivieron la revolución de independencia y la instauración del constitucionalismo en una nación extensa, poco poblada y con enormes asimetrías sociales; don Benito perteneció a la segunda generación de liberales para quienes el pasado novohispano y el proceso independentista eran historia, en tanto que los ideales de las revoluciones americana y, sobre todo, de la francesa, conformaban una herencia cultural y política en pro de los derechos constitucionales de igualdad, libertad y respeto a la vida y a la propiedad de todas las personas.
     En cambio, la generación de pensadores liberales a los que Juárez perteneció vivió dolorosamente la separación de Texas en 1835-36, así como la invasión americana de 1846-48, más la pérdida de la mitad del territorio de la Nación colindante con EUA. Las armas de Juárez fueron el ideario de la Revolución de Ayutla, el liberalismo de la Constitución de 1857, las Leyes de Reforma, y la contemporaneidad de una notable camada de pensadores, escritores y militares, a los que, no sin afinidades y no sin diferencias, lideró en el tiempo que ejerció la presidencia entre 1858 y 1872.

    No hay duda de que por encima de los avatares vividos, todos ellos tenían muy clara la convicción de que las circunstancias extraordinarias eran una prueba histórica que debían afrontar de manera ideológica y armada. Esas circunstancias fueron la Guerra de Reforma (1858-1861) y la intervención imperial francesa (1862-1867). Los correligionarios de Juárez fueron Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Ignacio Manuel Altamirano, Vallarta, De la Fuente, Iglesias, Zamacona y, por supuesto, Guillermo Prieto, Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, y Melchor Ocampo. Don Antonio Caso decía de ellos, que: “Parecían gigantes”. Krauze los llama “hombres soberbiamente independientes”, y añade que Juárez infundió a la silla presidencial la “sacralidad de una monarquía indígena con formas legales, constitucionales y republicanas”.

     Nació en 1806 y ningún otro héroe, prócer o personaje de la historia nacional tiene esa semblanza admirable y sorprendente que proviene de su condición étnica, orfandad, marginalidad familiar, esfuerzo personal, educación, carácter y circunstancia histórica, coronando una biografía que ha sido gloriada desde el mismo día de su muerte, la noche del 18 de julio de 1872, hasta nuestros días.

    Zapoteco, pastor de ovejas, estudiante de jurisprudencia, abogado litigante, regidor, diputado local, diputado federal, servidor público, Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca, cogobernante de su Estado (en el triunvirato interino de 1846), gobernador, ministro, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, preso político y Presidente de la República. Tremenda biografía. 

      Sería en su último discurso como Gobernador del Estado de Oaxaca, en 1852, en la apertura del primer período de sesiones ordinarias de la X Legislatura del Estado, que sentenciaría: “Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”; oración, esta última, que reiteradamente es invocada en alusión a lo que consideraba la responsabilidad en el trabajo público. 
     Juárez vivió sus ideas a cabalidad: liberal, laico, estoico en su convicción por la ley, serio en el ejercicio del poder y adusto en su persona. Buscó y asumió la presidencia de la república por la vía constitucional y la muerte impidió verificar las posibilidades reales de continuidad de su mandato, como algunos han especulado fundándose en deducciones de difícil confirmación. Fuentes Aguirre afirma que el mayor acierto de ese “hombre indomable” fue mantener la Presidencia durante la invasión francesa, y resguardar los documentos históricos fundentes del Estado mexicano. De Benito Juárez puede decirse la más humana valoración que de todo hombre y toda mujer de esfuerzos y convicciones probadas en el curso de sus vidas podría expresarse: a las personas hay que valorarlas, apreciarlas y medirlas por el saldo positivo de vida que resulta de la suma e importancia de sus aciertos. Nunca se equivoca, el que nunca hace nada, y Juárez hizo mucho, frente a cualquier desacierto que quisiera imputársele. 
  Sea en las versiones de los políticos, historiadores y periodistas de su tiempo, o en las de nuestros contemporáneos; unos y otros reconocen, con pasión o sin ella, el legado político y la obra jurídica de Benito Juárez, así como su indiscutible lugar en la historia nacional. En buena lid, tomo prestada de la prosa de don Andrés Henestrosa, la expresión que dedicara a otro prócer de la patria, indudablemente oportuna, para decir que si en Benito Juárez “…vale más el hombre que el nombre… [también]… el nombre vale tanto como el hombre y a ratos más vale el nombre… [porque]… más dura el nombre que el hombre”.
 

viernes, 29 de septiembre de 2023

2 de octubre, no se olvida

    Terriblemente atroz, por la irracional y despiadada pérdida de la vida de los estudiantes victimados; sombríamente simbólico, por la exigencia de libertades mínimas de expresión y disenso que fueron acalladas con una violencia desmedida; e icónicamente vigente, por la fuerte carga histórico-social y política, sobre las causas, condiciones y consecuencias para el México contemporáneo; así es el recuerdo de muerte de lo ocurrido el 2 de octubre de 1968. Sabemos que el movimiento de entonces no fue exclusivo de nuestros universitarios. Fuimos un eco de otras latitudes, pero explicado por genuinas causas interiores de un entorno gubernamental autoritario y políticamente cerrado, omnipresente hasta la asfixia de la protesta y el disenso válidos. El testimonio dramático, la crónica vívida, la historia oral de Elena Poniatowska, sigue siendo profundamente escalofriante. Su libro cierra así: “Sobrevolaban la iglesia dos helicópteros. Vi que en el cielo bajaban unas luces verdes. Automáticamente escuché un ruido clásico de balazos…La balacera se hizo nutrida y automáticamente apareció el ejército (Rodolfo Martínez, fotógrafo de prensa, ‘Cómo vieron la refriega los fotógrafos’, La Prensa, 3 de octubre de 1968)” … “Son cuerpos señor…(Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de El Día)”.
    Ya en este siglo, en 2003, Lorenzo Meyer escribió: “Hay, pese a todo, un contexto real para algunas de las razones de las protestas de los estudiantes, cuyos esfuerzos son un signo más que advierte que ya quedaron en el pasado los mejores tiempos del tan pregonado progreso y del genio mexicano para mantener la estabilidad”. El párrafo anterior no está tomado de un crítico del sistema político mexicano sino de un informe especial y secreto, fechado el 17 de enero de 1969, elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Su título: Desafíos al partido único de México…La CIA no se equivocaba, y alcanzó a ver lo que una buena parte de las clases gobernantes mexicanas se negaron a aceptar entonces y durante un buen tiempo después: que una etapa del proceso histórico del país había concluido y otra acababa de iniciarse”. 
    Fue un año convulso en el exterior. Dice Alonso Ruvalcaba: “el horno llamado 1968 no estaba para el bollo llamado masacre de My Lai” en referencia a la guerra de Vietnam, respecto del enfrentamiento entre el sur y el norte y la brutal actuación de los “soldados gringos” que descendieron ahí a “las 7 de la mañana, sábado de 16 de marzo, año 1968”. También, Ruvalcaba: “es 4 de abril de 1968 y el reverendo Martin Luther King Jr. … está ahí tirado como una cosa, hecho una jerga de carne, muerto”. Arturo Aguilar recuerda el mayo francés y su impacto sobre el cine, en Cannes: “tras los eventos trágicos de la noche del 10 de mayo, los estudiantes franceses en protesta llegaron al festival…Jean-Luc Godard, Francois Truffaut y Louis Malle…exigieron que se parara el evento: los detenidos durante la manifestación debían ser apoyados”. Y otras más: el Manifiesto Scum; hippies; psicodelia; trasplante de corazón; la primavera de Praga; la Teología de la Liberación; el Black Power en las olimpiadas; el golpe de estado en Perú y la dictadura en Brasil; crisis del dólar; el exterminio en Nigeria…
    En México, desde el 22 de julio, con el pretexto de reprimir una riña estudiantil entre escuelas, el ataque de policías granaderos a maestros y estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del IPN; las agresiones violentas a estudiantes del IPN y de la Preparatoria 2 de la UNAM, el 26 de julio; la formación del Consejo Nacional de Huelga y la declaratoria de huelga indefinida; el bazucazo que despedazó la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso; la manifestación del 1 de agosto y marcha de los universitarios encabezados por el propio Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en pro de los estudiantes presos y en defensa de la autonomía constitucional universitaria; la renuncia del Rector del 23 de septiembre; y la formulación de un pliego petitorio auténtico, que asombraba por la sencillez del motivo básico y fundamental de unirse en manifestación pública para expresar
“la simple lucha por el mínimo de libertades democráticas”; provocaron la respuesta cobarde, bestial e inhumana de las autoridades de ese tiempo, con la macabra matanza de los jóvenes estudiantes reunidos desde las 6 de la tarde en la Plaza de las Tres Culturas en México, en ese día funesto cuyos muertos todavía claman por una justicia quimérica atrapada entre los intríngulis políticos y legales que heredamos de ese entonces. No, imposible olvidar: 2 de octubre no se olvida.

jueves, 14 de septiembre de 2023

La independencia de México: Patria y Matria

      Los hechos narrados desde la noche del 15 y la madrugada del 16 de septiembre de 1810, simbolizados por el llamado de las campanas y la arenga de Miguel Hidalgo, en Dolores, Guanajuato, constituyen el ícono nacional que desde 1821 –después de la suscripción de los Tratados de Córdoba-- volvemos a escuchar cada año en las capitales del país y de los estados, y en las cabeceras  de nuestros municipios, motivando la representación y el festejo auténticamente popular con el que conmemoramos la gesta con que inició un fenómeno de proporciones impensadas y asombrosos procesos independentistas en nuestro continente. En efecto, a partir de 1810 se sucederían levantamientos revolucionarios en toda la américa hispanizada en pos de ideales de independencia, libertades y soberanía, a manera de enorme fenómeno histórico-social y político, al que los historiadores de nuestra época califican como un movimiento repentino, violento y universal. John Lynch lo dimensiona así: una población de diecisiete millones de personas, que tenían por hogar cuatro virreinatos que se extendían desde la Alta California hasta el Cabo de Hornos, y desde la desembocadura del Orinoco hasta las orillas del Pacífico, se independizó de la corona española en un lapso de no más de quince años. Simón Bolívar, en su discurso de la Angostura, en 1819, expresaría el trasfondo dramático de las nuevas nacionalidades americanas en formación: “no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores…así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado”. 
    En México, la independencia fue dura y violenta por la centenaria condición económica de ser la más valiosa de las posesiones españolas, y por el largo y fuerte proceso cultural de toma de conciencia, que se manifestaba en el pensamiento y el sentir de criollos y mestizos, que no dudaban en llamarse a sí mismos americanos, para diferenciarse de españoles y europeos. Al poco tiempo de iniciada la guerra de independencia, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, serían fusilados y decapitados. Sus cabezas, enjauladas, estarían expuestas durante diez años en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Pero su muerte, en lugar de disuadir, fue el revulsivo que alimentó la corriente independentista que siguieron Morelos, Matamoros, Negrete, Bravo, Rayón, Mina, Guerrero y Guadalupe Victoria. Cuando los mexicanos decimos que nuestro valor supremo es la soberanía nacional, no se trata de un mero eufemismo, sino una verdad tinta en sangre, porque el inicio de nuestra vida independiente tampoco fue fácil, y durante muchas décadas enfrentamos guerras injustas, invasiones y ocupaciones militares, que pusieron en riesgo nuestra supervivencia como nación independiente. Incluso, debimos superar guerras fratricidas que nos dividieron y retardaron nuestra integración como nación. Somos un pueblo con profundos elementos étnicos de identidad y pertenencia, provenientes de raíces históricas hondas y de sincretismos no buscados, plagados de singularidades culturales regionales, costumbrismos, creencias y tradiciones, transformadas en la herencia viva y vigorosa que da sentido a la expresión “Nación Mexicana” o a los sinónimos con que sustantivamos nuestra esencia: México, Estado Mexicano, República Mexicana, Estados Unidos Mexicanos. Si Edmundo O´Gorman enseñó que conmemorar no sólo es bueno, sino históricamente necesario; Gutierre Tibón aplicó criterios etimológicos, lingüísticos, geográficos y cosmológicos, para enseñarnos las sutilezas de la cosmogonía de los antiguos mexicanos, que hacían corresponder a la tierra con la luna, el agua, la vegetación y la fecundidad: el mítico “México: ombligo de la luna” u “Ojo del conejo (lunar)”, preñado de esoterismo y nociones autóctonas; alimento profundo de lo que González y González explicó: una matria (madre) y una patria (padre), mestizas, independientes, revolucionarias y contemporáneas; un conjunto de particularismos locales y regionales que trascendieron para formar una mexicanidad plena e intensa. Por supuesto que tenemos motivos sobradamente legítimos para conmemorar nuestra independencia. Sin duda.

sábado, 6 de mayo de 2023

Primero y Cinco de Mayo

        Mayo es de conmemoraciones significativas para nuestro país, casi tanto como septiembre. De original cuño socialista, el 1° de mayo se festeja como el día internacional del trabajo o de los trabajadores, representativo de la contradicción de intereses entre Capital y Trabajo, hoy día de renovada expresión dada la extensión del concepto “obrero” a todo “asalariado”, o viceversa, que tiene significativos antecedentes seglares impregnados de violencia: el luddismo o destrucción de las máquinas por los obreros ingleses desplazados de las fábricas, con su punto culminante en 1811-1812; el cartismo (Carta del Pueblo, 1837) o petición política de los obreros a la Cámara de los Comunes inglesa por derechos de sufragio, pago justo y representación política; las revoluciones socialistas europeas de 1848, iniciadas en Francia, que provocaron la caída de varias monarquías, aunque de duración efímera; y la simbólicamente histórica muerte de los Mártires de Chicago, que iniciaron su huelga el 1° de mayo de 1886. Estos hechos provocaron, en 1889, la institucionalización internacional del 1° de mayo; pero, en curiosa dialéctica, sólo en Estados Unidos -y Canadá- no se festeja en esa fecha, sino el 1° de septiembre. Actualmente, la manifestación de obreros o asalariados sigue teniendo nuevos bríos, frente al predominante fenómeno general de empobrecimiento e, incluso, depauperación de los asalariados de todas latitudes y, con breves y rarísimas excepciones, particularmente cierto en América Latina, frente a los fenómenos de neoliberalismo y globalización que desde fines de los 80´s del siglo XX, generaron una concentración desigual de la riqueza, sin precedentes relativos ni absolutos en la historia mundial.

        En cambio, el 5 de mayo es muy nuestro y muy festejado, con justificada razón histórica. El enfrentamiento de liberales y conservadores durante la década de 1850´s, con proyectos políticos de nación irreconciliables, la expedición de la Constitución del ´57, las diversas revueltas que antes y después de esta fecha produjeron la división de los Estados y del país, y la inmediata Guerra de Tres Años, tuvo como resultado el triunfo del ala liberal, con Juárez a la cabeza del gobierno federal y la plena aplicación de las Leyes de Reforma, promulgadas desde 1859. Con una hacienda pública exhausta, Juárez suspendió el pago de la deuda a usureros británicos, españoles y franceses. El emperador de este último país, Napoleón III, animado por monarquistas mexicanos residentes en Europa, pretextó la ausencia de pagos para realizar la intervención armada en nuestro país, acompañado de británicos y españoles, aunque estos dos últimos fueron convencidos por el ministro Manuel Doblado, en el puerto de Veracruz, de que la falta de pago era temporal. El 17 de abril de 1862 los franceses invadieron el país, avanzaron, y el 4 y 5 de mayo el conde Lorencez era derrotado por Zaragoza. Pocos años adelante llegaría la derrota definitiva del ejército francés y la muerte de Maximiliano en 1867, con lo que se dio fin al último intento imperial en suelo mexicano. Aunque esto lo sabemos los mexicanos, menos conocida es la convicción de nuestros historiadores de que, antes de estos hechos, la disputa o desunión internas habían impedido alcanzar la constitución de nuestro ser nacional, y que después de medio siglo de incertidumbres e indecisiones, el verdadero triunfo fue que el 5 de mayo detonó la conjunción del sentimiento colectivo de mexicanidad con la idea histórico-social de nación. En la victoria, el Gral. Ignacio Zaragoza informó vía telégrafo al presidente Juárez: “Las armas nacionales se han cubierto de gloria”. Indudablemente, así fue.

martes, 21 de marzo de 2023

Benito Juárez, vida, obra y legado

        El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable. La bio-bibliografía sobre su persona y, por supuesto, sobre su condición de personaje, es casi interminable. Hoy mismo están pronunciándose centenas de discursos políticos, o de orden oficial, así como de carácter institucional, conmemorativo, mesas redondas, paneles —como este, en el que nos encontramos— editoriales y notas periodísticas. Con absoluta certeza podemos afirmar que nunca se ha escrito tanto de la vida, obra y legado de una persona, como la de Juárez. En uno de los textos más recientes sobre el periodo que lo tocó vivir a don Benito, Paco Ignacio Taibo II cita más de veinticinco autores de los siglos XIX, XX y del que corre, para escribir un entre texto de narrativa singular en cinco cuartillas. ¿Cómo referirse a Benito Juárez en una exposición individual de 15-20 minutos, o en un panel o mesa por 90 o 100 minutos? ¿Qué método aplicar? ¿Carlyleano? ¿Histórico-sociológico? ¿Politológico? ¿Bibliográfico? Tal vez todo esfuerzo por compactar líneas en torno a la figura de Juárez requiera de un poco de todo.
        Antecedido por un tortuoso y largo proceso de gestación iniciado en 1808-10, como lo apunta Reyes Heroles en su estudio sobre el liberalismo mexicano, el papel de Juárez fue central y decisivo para producir el alumbramiento de un Estado nacional, que tomó consciencia de sí mismo en sentido colectivo existencial y también conciencia ético reflexiva de su propia naturaleza política. A diferencia de los primeros liberales mexicanos, que vivieron la revolución de independencia y la instauración del constitucionalismo en una nación extensa, poco poblada y con enormes asimetrías sociales; don Benito perteneció a la segunda generación de liberales para quienes el pasado novohispano y el proceso independentista eran historia, en tanto que los ideales de las revoluciones americana y, sobre todo, de la francesa, conformaban una herencia cultural y política en pro de los derechos constitucionales de igualdad, libertad y respeto a la vida y a la propiedad de todas las personas.
        En cambio, la generación de pensadores liberales a los que Juárez perteneció vivió dolorosamente la separación de Texas en 1835-36, así como la invasión americana de 1846-48, más la pérdida de la mitad del territorio de la Nación colindante con EUA. Las armas de Juárez fueron el ideario de la Revolución de Ayutla, el liberalismo de la Constitución de 1857, las Leyes de Reforma, y la contemporaneidad de una notable camada de pensadores, escritores y militares, a los que, no sin afinidades y no sin diferencias, lideró en el tiempo que ejerció la presidencia entre 1858 y 1872.
        No hay duda de que por encima de los avatares vividos, todos ellos tenían muy clara la convicción de que las circunstancias extraordinarias eran una prueba histórica que debían afrontar de manera ideológica y armada. Esas circunstancias fueron la Guerra de Reforma (1858-1861) y la intervención imperial francesa (1862-1867). Los correligionarios de Juárez fueron Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Ignacio Manuel Altamirano, Vallarta, De la Fuente, Iglesias, Zamacona y, por supuesto, Guillermo Prieto, Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, y Melchor Ocampo. Don Antonio Caso decía de ellos, que: “Parecían gigantes”. Krauze los llama “hombres soberbiamente independientes”, y añade que Juárez infundió a la silla presidencial la “sacralidad de una monarquía indígena con formas legales, constitucionales y republicanas”.
        Nació en 1806 y ningún otro héroe, prócer o personaje de la historia nacional tiene esa semblanza admirable y sorprendente que proviene de su condición étnica, orfandad, marginalidad familiar, esfuerzo personal, educación, carácter y circunstancia histórica, coronando una biografía que ha sido gloriada desde el mismo día de su muerte, la noche del 18 de julio de 1872, hasta nuestros días.
    Zapoteco, pastor de ovejas, estudiante de jurisprudencia, abogado litigante, regidor, diputado local, diputado federal, servidor público, Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca, cogobernante de su Estado (en el triunvirato interino de 1846), gobernador, ministro, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, preso político y Presidente de la República. Tremenda biografía. 
      Sería en su último discurso como Gobernador del Estado de Oaxaca, en 1852, en la apertura del primer período de sesiones ordinarias de la X Legislatura del Estado, que sentenciaría: “Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”; oración, esta última, que reiteradamente es invocada en alusión a lo que consideraba la responsabilidad en el trabajo público. 
        Juárez vivió sus ideas a cabalidad: liberal, laico, estoico en su convicción por la ley, serio en el ejercicio del poder y adusto en su persona. Buscó y asumió la presidencia de la república por la vía constitucional y la muerte impidió verificar las posibilidades reales de continuidad de su mandato, como algunos han especulado fundándose en deducciones de difícil confirmación. Fuentes Aguirre afirma que el mayor acierto de ese “hombre indomable” fue mantener la Presidencia durante la invasión francesa, y resguardar los documentos históricos fundentes del Estado mexicano. De Benito Juárez puede decirse la más humana valoración que de todo hombre y toda mujer de esfuerzos y convicciones probadas en el curso de sus vidas podría expresarse: a las personas hay que valorarlas, apreciarlas y medirlas por el saldo positivo de vida que resulta de la suma e importancia de sus aciertos. Nunca se equivoca, el que nunca hace nada, y Juárez hizo mucho, frente a cualquier desacierto que quisiera imputársele. 
        Sea en las versiones de los políticos, historiadores y periodistas de su tiempo, o en las de nuestros contemporáneos; unos y otros reconocen, con pasión o sin ella, el legado político y la obra jurídica de Benito Juárez, así como su indiscutible lugar en la historia nacional. En buena lid, tomo prestada de la prosa de don Andrés Henestrosa, la expresión que dedicara a otro prócer de la patria, indudablemente oportuna, para decir que si en Benito Juárez “…vale más el hombre que el nombre… [también]… el nombre vale tanto como el hombre y a ratos más vale el nombre… [porque]… más dura el nombre que el hombre”. 


domingo, 12 de marzo de 2023

Mujer

        Los macrodatos demográficos de la ONU indican que, a fines del año 2022, la población mundial cruzó la barrera de los 8 mil millones de personas, de las cuales se ha estimado que 50.5% son hombres y 49.5% mujeres. En ausencia de datos antiguos precisos, esta proporción nunca ha sido difícil de hipotetizar para extenderla hacia el pasado más remoto. ¿Por qué frente a este hecho biológico-demográfico evidente, la “Mujer” permaneció invisible en amplísimos periodos? A mediados del siglo pasado (1948-49) Simone de Beauvoir escribía en “El segundo sexo”, obra estimada fundacional para el feminismo de nuestro tiempo, lo siguiente: “Todo el mundo está de acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras; constituyen hoy, como antaño, la mitad, aproximadamente de la población…Si su función de hembra no basta para definir a la mujer… tendremos que plantearnos la pregunta: ¿Qué es una mujer?...A un hombre no se le ocurriría la idea de escribir un libro sobre la singular situación que ocupan los varones en la Humanidad…para él, ella es sexo… La mujer se determina y se diferencia con relación al hombre, y no éste con relación a ella; la mujer es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el sujeto, él es lo absoluto, ella es lo Otro…[pero]…de buen o mal grado, individuos y grupos se ven obligados a reconocer la reciprocidad de sus relaciones. ¿Cómo es posible, entonces, que esta reciprocidad no se haya planteado entre los sexos, que uno de los términos se haya afirmado como el único esencial, negando toda relatividad con respecto a su correlativo, definiendo a éste como alteridad pura? ¿Por qué no ponen en discusión las mujeres la soberanía masculina? ... ¿De dónde le viene a la mujer esta sumisión?”. En su muy reciente “El ABC del género”, Mariana Gabarrot dice de Beauvoir: “En este texto señala que no se nace mujer, se llega a serlo, poniendo el acento en la construcción social de la feminidad y la masculinidad. Desde entonces, podríamos decir que se entiende el sexo como una serie de características biológicas, y el género como las derivaciones sociales de las mismas…Por lo tanto, no podemos hablar de feminismo sin género, y viceversa”. 
        El feminismo es un movimiento social que se ha expresado en diversas “olas”; y quienes lo sostienen hablan de cuatro caracterizadas como épocas. Al respecto, dice Marta Lamas, en “Dolor y Política”, que, con criterios y diferencias sobre temporalidad, expresión de pensamiento, pasiones narrativas y afectividades, habría que entender la Cuarta Ola feminista “por su definición como un nuevo impulso de movilización que tiene cuatro elementos distintivos: un interés mayor en la lucha contra la violencia sexual, el manejo del internet, el sentido del humor y la perspectiva interseccional”. Sin duda, el feminismo tiene acentos diversos, según latitudes y espacios culturales disímbolos, y, en consecuencia, admite distintas orientaciones teóricas y praxis específicas, aunque no con extremismos que impidan un proceso identitario que hace coincidencia en la exigencia de reciprocidad. ¿Por qué no se podía o no se quería visibilizar la condición femenina? Pues porque no era suficiente hurgar únicamente en las diferencias biológicas, sino explorar las condicionantes de carácter social. Por ello, la realidad del feminismo que hoy parecería ser una verdad de perogrullo, se encontraba, en tiempos pasados no tan lejanos, en un sorprendente grado de invisibilidad. A riesgo de que una visión corta me haga una jugarreta indeseada, propia de mi condición o adscripción socialmente masculina, me gustaría decirle en estas líneas a las mujeres con las que comparto una sincera relación filial, fraterna o amorosa, que respeto su esfuerzo y compromiso en pro de la dignidad para superar falacias discriminatorias sobre sexo o género provenientes de otro u otros “gremios”, lo cual merece y necesita manifestarse todos los días como conmemoración o rememoración presente de hechos históricamente trágicos para las mujeres, y de sus icónicos triunfos conquistados literalmente a “sangre y fuego” e incorporados en la conciencia social de todo tiempo y lugar; haciendo que la realidad de hoy no pueda entenderse sin el vigor de la manifestación y la movilización en pro de la asunción de auténticos estándares justos de visibilidad sobre la condición femenina y su demanda de reciprocidad. Sin duda.

viernes, 30 de septiembre de 2022

2 de octubre, no se olvida

    Terriblemente atroz, por la irracional y despiadada pérdida de la vida de los estudiantes victimados; sombríamente simbólico, por la exigencia de libertades mínimas de expresión y disenso que fueron acalladas con una violencia desmedida; e icónicamente vigente, por la fuerte carga histórico-social y política, sobre las causas, condiciones y consecuencias para el México contemporáneo; así es el recuerdo de muerte de lo ocurrido el 2 de octubre de 1968. Sabemos que el movimiento de entonces no fue exclusivo de nuestros universitarios. Fuimos un eco de otras latitudes, pero explicado por genuinas causas interiores de un entorno gubernamental autoritario y políticamente cerrado, omnipresente hasta la asfixia de la protesta y el disenso válidos. El testimonio dramático, la crónica vívida, la historia oral de Elena Poniatowska, sigue siendo profundamente escalofriante. Su libro cierra así: “Sobrevolaban la iglesia dos helicópteros. Vi que en el cielo bajaban unas luces verdes. Automáticamente escuché un ruido clásico de balazos…La balacera se hizo nutrida y automáticamente apareció el ejército (Rodolfo Martínez, fotógrafo de prensa, ‘Cómo vieron la refriega los fotógrafos’, La Prensa, 3 de octubre de 1968)” …“Son cuerpos señor…(Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de El Día”).
      Ya en este siglo, en 2003, Lorenzo Meyer escribió: “Hay, pese a todo, un contexto real para algunas de las razones de las protestas de los estudiantes, cuyos esfuerzos son un signo más que advierte que ya quedaron en el pasado los mejores tiempos del tan pregonado progreso y del genio mexicano para mantener la estabilidad”. El párrafo anterior no está tomado de un crítico del sistema político mexicano sino de un informe especial y secreto, fechado el 17 de enero de 1969, elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Su título: Desafíos al partido único de México…La CIA no se equivocaba, y alcanzó a ver lo que una buena parte de las clases gobernantes mexicanas se negaron a aceptar entonces y durante un buen tiempo después: que una etapa del proceso histórico del país había concluido y otra acababa de iniciarse”.
     Fue un año convulso en el exterior. Dice Alonso Ruvalcaba: “el horno llamado 1968 no estaba para el bollo llamado masacre de My Lai” en referencia a la guerra de Vietnam, el enfrentamiento entre el sur y el norte y la brutal actuación de los “soldados gringos” que descendieron ahí a “las 7 de la mañana, sábado de 16 de marzo, año 1968”. También, Ruvalcaba: “es 4 de abril de 1968 y el reverendo Martin Luther King Jr. … está ahí tirado como una cosa, hecho una jerga de carne, muerto”. Arturo Aguilar recuerda el mayo francés y su impacto sobre el cine, en Cannes: “tras los eventos trágicos de la noche del 10 de mayo, los estudiantes franceses en protesta llegaron al festival…Jean-Luc Godard, Francois Truffaut y Louis Malle…exigieron que se parara el evento: los detenidos durante la manifestación debían ser apoyados”. Y otras más: el Manifiesto Scum; hippies; psicodelia; trasplante de corazón; la primavera de Praga; la Teología de la Liberación; el Black Power en las olimpiadas; el golpe de estado en Perú y la dictadura en Brasil; crisis del dólar; el exterminio en Nigeria…
     En México, desde el 22 de julio, con el pretexto de reprimir una riña estudiantil entre escuelas, el ataque de policías granaderos a maestros y estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del IPN; las agresiones violentas a estudiantes del IPN y de la Preparatoria 2 de la UNAM, el 26 de julio; la formación del Consejo Nacional de Huelga y la declaratoria de huelga indefinida; el bazucazo que despedazó la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso; la manifestación del 1 de agosto y marcha de los universitarios encabezados por el propio Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en pro de los estudiantes presos y en defensa de la autonomía constitucional universitaria; la renuncia del Rector del 23 de septiembre; y la formulación de un pliego petitorio auténtico, que asombraba por la sencillez del motivo básico y fundamental de unirse en manifestación pública para expresar “la simple lucha por el mínimo de libertades democráticas”; provocaron la respuesta cobarde, bestial e inhumana de las autoridades de ese tiempo, con la macabra matanza de los jóvenes estudiantes reunidos desde las 6 de la tarde en la Plaza de las Tres Culturas en México, en ese día funesto cuyos muertos todavía claman por una justicia quimérica atrapada entre los intríngulis legales que heredamos de ese entonces. No, imposible olvidar; 2 de octubre no se olvida.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...