jueves, 24 de septiembre de 2020

Administración Pública

El desarrollo de las administraciones gubernamentales de orden nacional es un fenómeno o modelo construido, propiamente, durante los siglos XIX y XX, primero en la zona insular británica y en los países europeos de la zona centro y norte de ese continente, así como en los Estados Unidos de América, que después fue amplia y paulatinamente generalizado en las latitudes de corte culturalmente occidental. Adquirió la denominación de “administración pública” desde principios de la centuria pasada, hasta hacerse un concepto casi coloquial, con el sentido de población estatal o de administración “ejecutiva”, por cuanto a que no legisla ni juzga, sino que administra, dirige o ejecuta acciones de gobierno -amplio o restringido, según el caso- a manera de autoridad que se sitúa de frente y ante los ciudadanos para, en principio, colmar -o intentar colmar- el cumplimiento de funciones orientadas, primariamente, hacia el bienestar de la población, entendido esto bajo criterios de dotación de salud, trabajo, educación y vivienda (la llamada seguridad social), pero también de seguridad nacional (integridad externa del territorio y de la población) y seguridad pública (integridad interna de la paz y el orden públicos), conforme a criterios de igualdad, libertad, justicia y dignidad, es decir, los denominados aspectos éticamente “valiosos” de hoy día.

Esas son las líneas teóricas y discursivas que justifican el esquema “democrático de gobierno y de división de poderes” instaurado y, por eso, el conocimiento de la administración pública admite enfoques sociológicos, politológicos o jurídicos, entre los más socorridos, según se examinen aristas que enfatizan, con generalidad, abstracción y realidad, las relaciones: a) entre estado y sociedad, b) de ejercicio de poder, o c) de regulación normativa de las conductas de los órganos estatales y las conductas de sus representantes o agentes (administradores públicos). Puede decirse que, por lo anterior, la “administración pública” es, a la vez, disciplina y objeto de estudio, y este es el modelo preponderante seguido en Occidente, como un proceso de racionalización de la praxis política directamente relacionada con el vínculo entre gobernantes y gobernados o, para decirlo con mayor especificidad, entre administradores y administrados.

Debido a que el desarrollo del capital, su acumulación y extensión, son un hecho históricamente ubicado en “Occidente”, todo lo cual, sin embargo, se ha extendido como elemento estructural que da sustento a las economías nacionales de países que, incluso, se arrogan el carácter de socialistas, prácticamente en todo ejercicio de organización social, sin distinción de ideologías, sistemas políticos o económicos, tiene presencia ineluctable una “población de funcionarios” orientados, formados o profesionalizados -al menos hipotéticamente- para el desempeño de “deberes de gobierno”; población a la que, en forma genérica, se le llama “funcionariado”. La forma en que un ciudadano cualquiera puede adquirir ese estatus se da por elección o designación, de lo cual resulta una estructura amplia y piramidal, sujeta a criterios de verticalidad de mando, obediencia, institucionalidad, separación de funciones, representación, legalidad, servicio, publicidad de acción, ubicuidad, memoria y registro de actuación… ¿Por qué? Porque su quid es la “cosa pública”: aquello que es de todos, lo que es compartido o se comparte, el espacio público, es decir, el gobierno en sentido amplio. Seguiremos.

jueves, 17 de septiembre de 2020

Educación: ¿Pandemia o pandemónium? (tercera parte)

En términos generales, debe aceptarse que la televisión ha mostrado utilidad y posibilidades para la enseñanza formal, en el sistema educativo mexicano, con programas diseñados para colmar limitaciones de cobertura geográfica de aulas y maestros, en zonas carentes de este servicio público entendido como acción planificada del Estado mexicano, por la actuación concurrente de “Federación, Estados, Ciudad de México y Municipios”, como se define al “Estado” en el artículo 3° de la Constitución Federal, que tiene: “la rectoría de la educación”. En el contexto de los intereses económicos y comerciales que han dado vida y extensión al medio televisivo, éste se ha desarrollado con sujeción a los artículos 27 y 28 de la propia Carta Magna que otorga a la Nación –a través del Instituto Federal de Telecomunicaciones- el dominio inalienable e imprescriptible y la explotación, el uso o el aprovechamiento de la radiodifusión y telecomunicaciones (espectro radioeléctrico, redes y prestación del servicio), permitiendo la participación de los particulares o sociedades constituidas conforme a las leyes mexicanas, mediante la figura de la concesión pública.

Ahora bien, los amplios fenómenos -en el tiempo y en el espacio- de institucionalización de la educación y de la comunicación de masas ha permitido acuñar el concepto y campo de la Comunicación Educativa, tanto como objeto de estudio como de disciplina específica. Es el caso de la teleprimaria y la telesecundaria en nuestro país, como ejemplo representativo de las posibilidades de la televisión con uso o vocación educativa; experimentadas originalmente desde los años 60 del siglo pasado, por el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, la Televisión de la República Mexicana y la Corporación Mexicana de Radio y Televisión (dependientes de la entonces Dirección General de Televisión de la SEP), el canal 11 del Instituto Politécnico Nacional y la Unidad de Telesecundaria de la propia SEP. Desde su inicio, la teleprimaria y la telesecundaria fueron diseñadas como alternativas de educación formal para atender las necesidades educativas de sectores de población marginada del sistema escolar tradicional. La idea siguió con la alfabetización a cargo del INEA mediante la novela pionera “El que sabe…sabe” (1983) para alfabetizar a 30 mil adultos, antecedido de “Aprendamos juntos” (1982) dirigida a 140 mil adultos, de los cuales logró alfabetizar a 70 mil. En el ámbito de la educación no formal, también se elaboraron programas de capacitación agropecuaria e industrial, así como de planificación familiar y educación para la salud. La televisión comercial (Televisa) generó a partir de esto cierta programación cultural: de alfabetización y de historia general, mediante novelas; de medicina preventiva y de divulgación universitaria. Desde entonces se sabe que el éxito de la TV educativa depende del interjuego de varios elementos: aula, letra impresa, maestro, el medio (la TV), y el ejercicio, sin poder priorizar un aspecto sobre otro; pero experiencias previas de los 70´s del XX, a cargo de la SEP y la UNAM, demostraron que, sin el uso de la TV, ciertos contenidos hubieran sido incomprensibles. La pregunta es obligada para este tiempo de pandemia: ¿Podrá la TV llevar el aula, con eficacia educativa (enseñanza-aprendizaje), a toda la población en edad escolar? El reto es mayúsculo y su resultado será, indudablemente, un parteaguas en el campo de la comunicación educativa.

jueves, 10 de septiembre de 2020

Educación: ¿Pandemia o pandemónium? (segunda parte)

 

¿Es aprovechable, productiva, eficiente o benéfica la televisión como medio alternativo de educación? A propósito de nuestra colaboración anterior, la pregunta se vuelve inevitable una vez que, en nuestro país, inició el presente ciclo escolar con la formalidad de la transmisión masiva de contenidos educativos por este medio, frente a la presencia de la emergencia sanitaria que impide situaciones colectivas de convivencia física estrecha o cercana, como sucede en el aula escolar. Las características técnicas televisivas -unión de imagen, animación y sonido- útiles para la transmisión -¿información o comunicación?- de contenidos de esparcimiento o noticiosos han sido largamente examinadas desde distintos enfoques o paradigmas en la teoría y praxis de la comunicación en general, como lo hicieran, por ejemplo, en los anteriores 80´s del XX, DeFleur y Ball-Rokeach en su ya clásico Teorías de la comunicación de masas, o, en ese mismo tiempo, de la comunicación educativa en particular como se hizo en la colección de colaboraciones sólidas publicadas bajo la coordinación de J. L. Rodríguez Illera en Educación y Comunicación (Greimas, Fontanille, Fabbri, Darrault, Verón, Chabrol, Vilches, Sanvisens, Remesar,… en fin). 

Anteceden a estos estudios las provocadoras publicaciones de Marshall Mc Luhan (Los medios como las extensiones del hombre) o de Umberto Eco (Apocalípticos e integrados) de fines de la década de los sesenta del siglo pasado, cuyas observaciones críticas han tenido una enorme y sugerente actualidad, particularmente para el caso de la TV; hasta llegar a las más contemporáneas contribuciones, cual es el caso de Manuel Castells (Comunicación y Poder, 2012), que incide en el examen del poder y el contrapoder en las redes sociales de la era de la comunicación digital y global, o en el concreto campo comunicativo-educacional como lo hace Agustín García Matilla en Una televisión para la educación. La utopía posible (2003), ante la irreversible conquista que ha efectuado la televisión sobre “casi todos los espacios de la cultura”.

El resultado del debate, con sus opuestos, es el de que no se puede negar ni el avance ni las posibilidades de la TV como medio de apoyo a la educación, concretamente para la enseñanza, circunstancia por la que termina adoptando el perfil de un servicio público, tanto en su consideración de medio como de contenido, que involucra un emisor original (el Estado) y un receptor colectivo (el alumnado). Además, así como la TV no eliminó el cine, tampoco la internet ha desaparecido a la TV y, antes bien, la ha repotenciado, en su gama de información, entretenimiento y educación: “las tres patas teóricas en que se ha sustentado el medio desde sus orígenes”, al decir de García Matilla. La enfermedad ¿del siglo? que hoy padecemos, entre otros muchos efectos, nos permite acceder a la alternativa de reapropiarse del medio televisivo como instrumento tecnológico de posibilidades educacionales ciertas, pero necesitado de construcción de metodología apropiada para su óptimo rendimiento. México tiene largos antecedentes en este sentido, aunque en una vertiente accesoria que, sin embargo, permite problematizar y proyectar su futuro aplicativo. ¿Cuáles son esos antecedentes y sus prospectivas? … Seguiremos.

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable...