jueves, 19 de diciembre de 2024

Cultura e Identidad Nacional: Nuevo art. 2° de la Constitución Federal

      La nueva redacción del artículo 2° de la Constitución Federal, publicada el pasado 30 de septiembre en el Diario Oficial de la Federación, da para mucho; por su plena dedicatoria a los pueblos y comunidades indígenas, y afromexicanos, de nuestro país, en virtud de que el “espíritu del legislador” se dejó influir, sabiamente, por los aportes de la historia, la antropología y la sociología mexicanas; lo que se advierte, sobre todo, cuando se reconoce:
    a) En los primeros, una condición fundamentalmente ancestral, milenaria, que ha sobrevivido y pervivido, tanto en el fondo como en la superficie de sus representaciones culturales presentes –tangibles e intangibles; materiales e inmateriales— de toda clase: lingüísticas, etnológicas, gastronómicas, costumbristas, artísticas, artesanales, así como en tradiciones, idearios y creencias de arraigo multigeneracional innegable; y,
    b) En los segundos, una circunstancia de sojuzgamiento y esclavitud, practicada, de origen, con violencia y abuso desmedido, en ese centenario proceso de sangrienta exacción geográfico-humana, desde el llamado continente “negro” y con destino hacia toda América, cometido por traficantes, expedicionarios y aventureros de todo tipo y nacionalidad; población africana originaria que se asimiló, en el más amplio sentido bio-psico-social, con la población indígena y europea; empero, la influencia de la cultura de esos pueblos extracontinentales también perduró y encontró formas de expresión auténticas y variadas, entre el cúmulo de atrocidades sufridas a lo largo de poco más de cinco siglos.
     Podríamos decir, sin duda, como se acostumbra en reformas que constitucionalizan principios vitales fundamentales –porque se encuentran en el apartado dogmático de los derechos humanos— que las nuevas disposiciones son generosas; pero tal vez sería mejor afirmar que son auténticas y realistas, en admisión de la condición humana indígena, la afromexicana y, por extensión trascendente, del enorme proceso cultural –de mestizaje, fusión, hibridismo o sincretismo, plagado de injusticias, marginación, depauperación y relaciones de dominio/vasallaje, hasta llegar a la construcción de una identidad y pertenencia solidaria— vivido durante los cinco siglos anteriores, en el espacio y tiempo mexicano, acaecido prácticamente desde la llegada de los exploradores europeos hispánicos a nuestro continente y, en particular, a Mesoamérica.
        A los pueblos indígenas y a sus comunidades, así como a las afromexicanas, les es común un pasado de opresión ominosa; y, sin embargo, su legado y vitalidad se respira y observa cotidianamente, nos percatemos o no, de forma consciente o inconscientemente, porque su herencia cultural y sus expresiones impregnan y otorgan sentido al México profundo y diverso que somos hoy día, acorde a una concepción de fuerte raíz histórico social y antropológica indudablemente veraz: el asiento de la Cultura Nacional es resultado de fenómenos humanos de extensa unidad e intensa diversidad en el largo tiempo, simultáneos, de simiente pluricultural y multiétnica absolutamente identitarias, en los que descansa la grandeza de la Nación Mexicana.

viernes, 11 de octubre de 2024

12 de octubre de 1492

    La historia real, a menudo, es más fascinante que la ficción. Colón no sabía que encontraría tierras “americanas” navegando hacia occidente. No hay duda de que era un marino experimentado y tenaz, familiarizado con los escritos de Marco Polo y Ptolomeo, o de tipo geográfico como los de Piccolomini (1477), Alliaco (1480-83) y Toscanelli. Éste último ya había hipotetizado la posibilidad de llegar a las Indias atravesando el Atlántico (1474) e, inclusive, había hecho cálculos preliminares. Colón tenía la curiosidad de su profesión, pero era un hombre culturalmente medieval. Avanzado y atrasado a la vez, perseguía la ciudad o región de Cipango (Japón), en busca de oro y especias y, al parecer, veía con sentido religioso o mesiánico su destino.
    Zarpó el jueves 2 de agosto, del puerto de Palos, y en su famoso “Diario” anotó: “Partimos viernes 3 días de agosto de 1492 años, de la barra de Saltes, a las ocho horas”. De la desconfianza de su gente en la misión, da cuenta el intento de motín de 6-7 de octubre, pues no se divisaba tierra conforme a los cálculos de Colón, poco más de dos meses después de haber empezado. Hay quien apunta que tuvo que compartir su idea de nuevas tierras y riquezas, para evitar el fracaso.
    El jueves 11 de octubre escribe: “Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramojos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos.” Por fin, el viernes 12 de octubre llegaron a una isleta llamada Guanahaní (San Salvador), iguana en la lengua de los habitantes americanos isleños con quienes hicieron el primer contacto de registro histórico verídico: “…me pareció que era gente muy pobre de todo…andan todos desnudos … todos mancebos…muy bien hechos, de muy hermosos cuerpos y muy buenas caras…y son de la color de los canarios, ni negros ni blancos…no traen armas ni las conocen … son de buena estatura de grandeza y buenos gestos.
    Colón hizo cuatro viajes. Tuvo suerte, dicen no pocos, porque los primeros “indios” americanos (y no los “indios” asiáticos que buscaba) eran pacíficos. Después del 12 de octubre, no cesa de descubrir islas y dar nombres en lo que hoy conocemos como Las Bahamas: el 30 llega a Juana (Cuba), el 6 de diciembre llega a la Española (Haití). Tres viajes más le esperaban. Su regreso a Palos, el 15 de marzo de 1493, trajo una noticia portentosa, sin paralelos ni antecedentes, de efectos impensables: ¿Sabía Colón qué o quiénes eran los lugares y la gente que había descubierto y contactado? No. Sus conocimientos no eran suficientes.
    Afirma Edmundo O´Gorman en “La invención de América” (2006), que “descubrir” no es lo mismo que “inventar” o “concebir”: América no es un objeto “descubierto” o que se “deja” descubrir por intervención de la Providencia o de la Historia, mediante personas a quienes simplemente les “toca” el papel de descubridores al margen de que sepan lo que hacen. América -dice don Edmundo- es una invención del pensamiento occidental, que ingresa como realidad histórica desde que la errada idea colombina de haber descubierto las indias orientales de Asia se torna, más adelante y por la labor de otras personas, en el reconocimiento de que se está ante un nuevo e impensado continente.
    Para llegar a esta afirmación, O´Gorman revisa el nacimiento de la hipótesis que atribuye el descubrimiento de América a Colón, a través de las versiones de los historiadores más cercanos a la fecha del 12 de octubre de 1492: Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (Sumario de la Natural Historia de las Indias, 1526), Bartolomé de Las Casas (Historia de las Indias, 1527-1560), Francisco López de Gómara (Historia General de las Indias, 1552-1553), Antonio de Herrera y Tordesillas (Historia General de los hechos castellanos en las islas y Tierra Firme del Mar Océano, 1601); también toma perspectiva con la lectura de William Robertson (The History of America, 1777), Martín Fernández de Navarrete (Colección de los viajes descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV, con varios documentos inéditos concernientes a la historia de la marina castellana de los establecimientos españoles en Indias, 1825-1837), Washington Irving (Life and Voyages of Columbus, 1828), Alexander Von Humboldt (Cosmos: essai d´une description physique du monde, 1866-1867).
    Colón llegó a las islas del continente americano, pero no sabe ni las concibe como parte de un nuevo continente; empero, su gesta se encadena con sucesos posteriores con los que se arribó a la realidad histórica de la concepción de “América” como “nuevo mundo”. Colón no sabe que llegó a América; no obstante, a partir de sus viajes se construye la idea de “América”, con base en la acción exploratoria y el pensamiento lógico de quienes le siguieron.
    O’Gorman recurre a una anécdota para hacer entendible estas afirmaciones: al concluir una conferencia donde expuso sus ideas, un asistente le cuestionó que, entonces, “no es posible que un hombre descubra por accidente un pedazo de oro”; a lo que contestó: “La respuesta se la dejo a usted mismo; pero antes reflexione un poco y advertirá que si este hombre no tiene una idea previa de ese metal que llamamos oro para poder, así, concederle al trozo de materia que encuentra accidentalmente el sentido que tiene esa idea, es absolutamente imposible que haga el descubrimiento que usted le atribuye. Y ése, añadí, es precisamente el caso de Colón”. Tesis ilustrativa, sin duda.

miércoles, 2 de octubre de 2024

2 de octubre, no se olvida

    Terriblemente cruel, por la irracional y despiadada pérdida de la vida de los estudiantes victimados; sombríamente simbólico, por la exigencia de libertades mínimas de expresión y disenso que fueron acalladas con una violencia desmedida; e icónicamente vigente, por la fuerte carga histórico-social y política, sobre las causas, condiciones y consecuencias para el México contemporáneo. Así es el recuerdo de muerte de lo ocurrido el 2 de octubre de 1968.
    Sabemos que el movimiento de entonces no fue exclusivo de nuestros universitarios. Recibimos ecos de otras latitudes, susceptibles de ser explicados en alguna medida; pero también tuvimos nuestra propia voz colectiva interior, expresiva de genuinos motivos y causas profundas, absolutamente relacionadas con un entorno gubernamental autoritario y políticamente cerrado, omnipresente hasta la asfixia de la protesta, el disenso, el movimiento y el conflicto, totalmente válidos.
    El testimonio dramático, la crónica viva, la historia oral de Elena Poniatowska y las imágenes siguen siendo brutalmente escalofriantes. Su libro cierra así: “Sobrevolaban la iglesia dos helicópteros. Vi que en el cielo bajaban unas luces verdes. Automáticamente escuché un ruido clásico de balazos…La balacera se hizo nutrida y automáticamente apareció el ejército (Rodolfo Martínez, fotógrafo de prensa, ‘Cómo vieron la refriega los fotógrafos’, La Prensa, 3 de octubre de 1968)” … “Son cuerpos señor…(Un soldado al periodista José Antonio del Campo, de El Día)”.
    Ya en este siglo, en 2003, Lorenzo Meyer escribió: “Hay, pese a todo, un contexto real para algunas de las razones de las protestas de los estudiantes, cuyos esfuerzos son un signo más que advierte que ya quedaron en el pasado los mejores tiempos del tan pregonado progreso y del genio mexicano para mantener la estabilidad”. El párrafo anterior no está tomado de un crítico del sistema político mexicano sino de un informe especial y secreto, fechado el 17 de enero de 1969, elaborado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos. Su título: Desafíos al partido único de México…La CIA no se equivocaba, y alcanzó a ver lo que una buena parte de las clases gobernantes mexicanas se negaron a aceptar entonces y durante un buen tiempo después: que una etapa del proceso histórico del país había concluido y otra acababa de iniciarse”.
    Fue un año convulso en el exterior. Dice Alonso Ruvalcaba: “el horno llamado 1968 no estaba para el bollo llamado masacre de My Lai” en referencia a la guerra de Vietnam, respecto del enfrentamiento entre el sur y el norte y la brutal actuación de los “soldados gringos” que descendieron ahí a “las 7 de la mañana, sábado de 16 de marzo, año 1968”. También, Ruvalcaba: “es 4 de abril de 1968 y el reverendo Martin Luther King Jr. … está ahí tirado como una cosa, hecho una jerga de carne, muerto”. Arturo Aguilar recuerda el mayo francés y su impacto sobre el cine, en Cannes: “…tras los eventos trágicos de la noche del 10 de mayo, los estudiantes franceses en protesta llegaron al festival…Jean-Luc Godard, Francois Truffaut y Louis Malle…exigieron que se parara el evento: los detenidos durante la manifestación debían ser apoyados”. Y otras más: el Manifiesto Scum; hippies; psicodelia; trasplante de corazón; la Primavera de Praga; la Teología de la Liberación; el Black Power en las olimpiadas; el golpe de estado en Perú y la dictadura en Brasil; crisis del dólar; el exterminio en Nigeria…
    En México, desde el 22 de julio del 68, con el pretexto de reprimir una riña estudiantil entre escuelas, se tiene el registro cierto del ataque de policías granaderos a maestros y estudiantes de las vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional; el 26 de julio, las agresiones violentas a estudiantes del IPN y también de la Preparatoria 2 de la Universidad Nacional Autónoma de México; la formación del Consejo Nacional de Huelga y la declaratoria de huelga indefinida; el bazucazo que despedazó la puerta de la Escuela Nacional Preparatoria 1, en el antiguo Colegio de San Ildefonso; la manifestación del 1 de agosto y marcha de los universitarios encabezados por el propio Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, en pro de los estudiantes presos y en defensa de la autonomía constitucional universitaria; la renuncia del Rector del 23 de septiembre; y la formulación de un pliego petitorio auténtico, que asombraba por la sencillez del motivo básico y fundamental de unirse en manifestación pública para expresar “la simple lucha por el mínimo de libertades democráticas”.
    Lo exterior y lo interior –sobre todo esto último– provocaron la respuesta cobarde, bestial y desalmada de las autoridades de ese tiempo, con la macabra matanza de los jóvenes estudiantes reunidos desde las 6 de la tarde de ese 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, en la Ciudad de México.
    Desde ese día atroz y funesto, las mujeres y hombres muertos siguen clamando, con su dolorosa reminiscencia histórica, por una justicia que el gobierno de la época volvió quimérica, atrapada intencionadamente entre detenciones, desapariciones y torturas ilícitas, y confusos andamiajes legales y complicidades inhumanas.
    Heredamos de esa tragedia las pruebas destruidas y los delitos sin castigo de los responsables. Pero la memoria colectiva nunca muere. No, imposible olvidar: 2 de octubre no se olvida.

viernes, 13 de septiembre de 2024

La independencia de México: Patria y Matria

      Los hechos narrados desde la noche del 15 y la madrugada del 16 de septiembre de 1810, simbolizados por el llamado de las campanas y la arenga de Miguel Hidalgo, en Dolores, Guanajuato, constituyen el ícono nacional que desde 1821 –después de la suscripción de los Tratados de Córdoba-- volvemos a escuchar cada año en las capitales del país y de los estados, y en las cabeceras de nuestros municipios, motivando la representación y el festejo auténticamente popular con el que conmemoramos la gesta con que inició un fenómeno de proporciones impensadas y asombrosos procesos independentistas en nuestro continente. En efecto, a partir de 1810 se sucederían levantamientos revolucionarios en toda la américa hispanizada en pos de ideales de independencia, libertades y soberanía, a manera de enorme fenómeno histórico-social y político, al que los historiadores de nuestra época califican como un movimiento repentino, violento y universal. John Lynch lo dimensiona así: una población de diecisiete millones de personas, que tenían por hogar cuatro virreinatos que se extendían desde la Alta California hasta el Cabo de Hornos, y desde la desembocadura del Orinoco hasta las orillas del Pacífico, se independizó de la corona española en un lapso de no más de quince años. Simón Bolívar, en su discurso de la Angostura, en 1819, expresaría el trasfondo dramático de las nuevas nacionalidades americanas en formación: no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores…así, nuestro caso es el más extraordinario y complicado.
    En México, la independencia fue dura y violenta por la centenaria condición económica de ser la más valiosa de las posesiones españolas, y por el largo y fuerte proceso cultural de toma de conciencia, que se manifestaba en el pensamiento y el sentir de criollos y mestizos, que no dudaban en llamarse a sí mismos americanos, para diferenciarse de españoles y europeos. Al poco tiempo de iniciada la guerra de independencia, Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, serían fusilados y decapitados. Sus cabezas, enjauladas, estarían expuestas durante diez años en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. Pero su muerte, en lugar de disuadir, fue el revulsivo que alimentó la corriente independentista que siguieron Morelos, Matamoros, Negrete, Bravo, Rayón, Mina, Guerrero y Guadalupe Victoria. Cuando los mexicanos decimos que nuestro valor supremo es la soberanía nacional, no se trata de un mero eufemismo, sino una verdad tinta en sangre, porque el inicio de nuestra vida independiente tampoco fue fácil, y durante muchas décadas enfrentamos guerras injustas, invasiones y ocupaciones militares, que pusieron en riesgo nuestra supervivencia como nación independiente. Incluso, debimos superar guerras fratricidas que nos dividieron y retardaron nuestra integración como nación. Somos un pueblo con profundos elementos étnicos de identidad y pertenencia, provenientes de raíces históricas hondas y de sincretismos no buscados, plagados de singularidades culturales regionales, costumbrismos, creencias y tradiciones, transformadas en la herencia viva y vigorosa que da sentido a la expresión “Nación Mexicana” o a los sinónimos con que sustantivamos nuestra esencia: México, Estado Mexicano, República Mexicana, Estados Unidos Mexicanos. Si Edmundo O´Gorman enseñó que conmemorar no sólo es bueno, sino históricamente necesario; Gutierre Tibón aplicó criterios etimológicos, lingüísticos, geográficos y cosmológicos, para enseñarnos las sutilezas de la cosmogonía de los antiguos mexicanos, que hacían corresponder a la tierra con la luna, el agua, la vegetación y la fecundidad: el mítico “México: ombligo de la luna” u “Ojo del conejo (lunar)”, preñado de esoterismo y nociones autóctonas; alimento profundo de lo que González y González explicó: una matria (madre) y una patria (padre), mestizas, independientes, revolucionarias y contemporáneas; un conjunto de particularismos locales y regionales que trascendieron para formar una mexicanidad plena e intensa. Por supuesto que tenemos motivos sobradamente legítimos para conmemorar nuestra independencia. Sin duda.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Ética y Política

   Cuando se reflexiona sobre los valores éticos y políticos, en estrecha relación con el tiempo histórico en el que se intenta su realización, Savater señala dos elementos que dificultan su comprensión: uno, el excesivo utilitarismo y pragmatismo que casi siempre parecen dominar las actitudes humanas en contra de los principios básicos o fundamentales de los valores ciudadanos; y, dos, el abandono de los principios, las ideas y los ideales, en el curso de la vida, conforme ganamos edad.
    La combinación de estas situaciones lleva a la conclusión de que sólo los más aprovechados o menos escrupulosos triunfarían, incluso mediante conductas viciadas o corruptas, y en esto no habría distinción entre políticos y no políticos, porque, como bien dice nuestro filósofo español, “en una democracia políticos somos todos…[dado que]…la política es una tarea no a tiempo completo, en buena medida a tiempo parcial, de todos los ciudadanos; por lo tanto, es inútil simplemente quejarse o maldecir a los políticos”.
    En efecto, además de las elecciones y los cargos públicos, la comunicación y debate entre los ciudadanos sobre cualquier cosa relativa a nuestra vida en común también es política: funcionamiento de mercados, vialidades, escuelas, servicios públicos en general; en fin, el conjunto de comentarios positivos o negativos que hacemos para hablar de las cosas “bien hechas” o “mal hechas”.
    Es claro que discutir sobre el bien y el mal corresponde a la Ética, pero ésta por sí sola no remedia los problemas políticos, porque implica actitudes e intenciones de las personas frente a sus obligaciones individuales y sociales, de manera que no fuera necesario que se nos obligara o vigilara en cada momento, para poder distinguir entre lo bueno y lo malo y actuar en consecuencia.
    La Ética y la Política son una suerte de actitud-reflexión-acción sobre los valores ciudadanos. Por eso podemos decir que la moralidad --la Ética en acción-- es una responsabilidad que depende de la libertad de cada uno de nosotros para ser nuestros propios censores morales: si la Política no está siempre a nuestro alcance, la Ética entendida como moralidad siempre está en nuestras manos.
    Por eso son diferentes, como lo dice Savater: “la ética busca mejorar a las personas, la política busca mejorar a las instituciones”. Las personas que reflexionamos sobre la libertad o sobre otros valores que estimamos benéficos para la vida colectiva, podemos orientar la reflexión sobre los valores políticos mediante la participación ciudadana o la presión social sobre las instituciones políticas o los políticos, considerando tres valores fundamentales: la inviolabilidad de la persona humana, de su autonomía y de su dignidad, de manera que se deba excluir la conversión de las personas en instrumentos o herramientas; evitar el sacrificio individual, el de parte de la población por el bienestar de otra parte de ella, o el sacrificio de una generación por el bienestar de otra; y respetar a las personas por sus méritos y acciones, y no por su sexo, raza, religión u otros criterios discriminatorios.
    El Estado creado por la colectividad es el instrumento político para cuidar estos valores ciudadanos. Bien por Savater.

miércoles, 31 de julio de 2024

Ética, Política y Derecho

        Cuando se habla de Política y Derecho parece no haber lugar para la Ética. Por supuesto, lo resquemores al respecto provienen, en términos históricos, del Maquiavelo renacentista que escribió El Príncipe, cuyos intérpretes posteriores señalaron que, al fundar el estudio del Estado como ente y concepto, introdujo dos elementos: (1) la separación entre la Política y la Ética; y, (2) el estudio amoral –no inmoral– de la Política. Ideológicamente, estas dos nociones fueron pervertidas para querer justificar la actuación deshonesta de quien administra bienes públicos y que se sirve de ellos para beneficio personal. 
        Esta justificación privó durante los siglos XVIII y XIX, aunque es indudable que durante el XX y en nuestros días sigue vigente: una cosa es la Política, como teoría y praxis del poder y de las relaciones de fuerza a que da lugar en el entramado de los entes estatales y la vida pública, en búsqueda de una explicación coherente de sus manifestaciones; es decir, como objeto de estudio, en cuyo campo puede observarse a la Ética como una variable interna que aludiría a un comportamiento debido, involucrando fines y medios orientados a la satisfacción del bien colectivo o social; y, otra cosa es la deshonestidad –siempre inmoral– que convierte la Política en demagogia, carente ésta de valores, esquemas o lógica objetiva, a no ser la del beneficio personal. El tema se originó en la Filosofía donde, en una concepción, la Ética supone una noción del bien como perfección o felicidad, o sea, como posibilidad de tener al alcance elementos de bienestar (hoy día serían alimento, vivienda, educación, trabajo, salud); en otra, el bien es un objeto de apetencia o placer, claramente referido a la subjetividad de los deseos personales de obtención de bienes materiales, de versión hedonista.
        Política y Ética jamás han estado separadas, porque se implican, interaccionan y sólo se distinguen cuando nos acercamos a ellas, analíticamente, para asir la esencia de cada una. El cabo entre ambos conceptos o arena de debate, lo ha sido el Derecho. Si la Política refiere al ser y la Ética al deber ser, el Derecho se desarrolló como una teoría del orden que ha intentado que el ser y el deber ser se informen mutuamente. Y como la Ética trabaja con el concepto de bien o felicidad y la Política con el de bien público, el Derecho pretende contribuir, bajo una lógica de construcción de normativas, considerando la generalidad de la vida en común y, a la vez, de la vida individual. 
        De las tres, por supuesto, es la Ética la que tiene en su horizonte a la Justicia, la cual le es estructural e inevitable; pero implicada con la Política, lleva al viejo y actual aforismo de que en este campo se está por “lo posible” y no por “lo deseable”, aunque en lo posible habita siempre la noción ética de “lo justo”. Por eso, en el Derecho el único poder posible es el poder reglado o normado con criterios de igualdad y equidad, y por eso se dice que el Derecho es derecho más o menos justo, pero no es Justicia, aunque aspira a ella. 
        Ahora bien, en contra de la Ética, la Política y el Derecho está la demagogia. Que ésta abunde o que tenga muchos practicantes no elimina, de ninguna manera, la capacidad de entender y comprender la existencia de valores, ideales, realidades y normatividades. Eso decían los filósofos de la Antigüedad, los del Medioevo, los de la Modernidad y los Contemporáneos. Sin duda.

jueves, 21 de marzo de 2024

Benito Juárez, vida, obra y legado

      El 21 de marzo se conmemora el natalicio de Benito Juárez, cuyo papel en la formación y consolidación del Estado mexicano es innegable. La bio-bibliografía sobre su persona y, por supuesto, sobre su condición de personaje, es casi interminable. Hoy mismo están pronunciándose centenas de discursos políticos, o de orden oficial, así como de carácter institucional, conmemorativo, mesas redondas, paneles, editoriales y notas periodísticas. Con absoluta certeza podemos afirmar que nunca se ha escrito tanto de la vida, obra y legado de una persona, como la de Juárez. En uno de los textos más recientes sobre el periodo que lo tocó vivir a don Benito, Paco Ignacio Taibo II cita más de veinticinco autores de los siglos XIX, XX y del que corre, para escribir un entre texto de narrativa singular en cinco cuartillas. ¿Cómo referirse a Benito Juárez en una exposición individual de 15-20 minutos, o en un panel o mesa por 90 o 100 minutos? ¿Qué método aplicar? ¿Carlyleano? ¿Histórico-sociológico? ¿Politológico? ¿Bibliográfico? Tal vez todo esfuerzo por compactar líneas en torno a la figura de Juárez requiera de un poco de todo.

    Antecedido por un tortuoso y largo proceso de gestación iniciado en 1808-10, como lo apunta Reyes Heroles en su estudio sobre el liberalismo mexicano, el papel de Juárez fue central y decisivo para producir el alumbramiento de un Estado nacional, que tomó consciencia de sí mismo en sentido colectivo existencial y también conciencia ético reflexiva de su propia naturaleza política. A diferencia de los primeros liberales mexicanos, que vivieron la revolución de independencia y la instauración del constitucionalismo en una nación extensa, poco poblada y con enormes asimetrías sociales; don Benito perteneció a la segunda generación de liberales para quienes el pasado novohispano y el proceso independentista eran historia, en tanto que los ideales de las revoluciones americana y, sobre todo, de la francesa, conformaban una herencia cultural y política en pro de los derechos constitucionales de igualdad, libertad y respeto a la vida y a la propiedad de todas las personas.
     En cambio, la generación de pensadores liberales a los que Juárez perteneció vivió dolorosamente la separación de Texas en 1835-36, así como la invasión americana de 1846-48, más la pérdida de la mitad del territorio de la Nación colindante con EUA. Las armas de Juárez fueron el ideario de la Revolución de Ayutla, el liberalismo de la Constitución de 1857, las Leyes de Reforma, y la contemporaneidad de una notable camada de pensadores, escritores y militares, a los que, no sin afinidades y no sin diferencias, lideró en el tiempo que ejerció la presidencia entre 1858 y 1872.

    No hay duda de que por encima de los avatares vividos, todos ellos tenían muy clara la convicción de que las circunstancias extraordinarias eran una prueba histórica que debían afrontar de manera ideológica y armada. Esas circunstancias fueron la Guerra de Reforma (1858-1861) y la intervención imperial francesa (1862-1867). Los correligionarios de Juárez fueron Ignacio Ramírez, Santos Degollado, Ignacio Manuel Altamirano, Vallarta, De la Fuente, Iglesias, Zamacona y, por supuesto, Guillermo Prieto, Miguel y Sebastián Lerdo de Tejada, y Melchor Ocampo. Don Antonio Caso decía de ellos, que: “Parecían gigantes”. Krauze los llama “hombres soberbiamente independientes”, y añade que Juárez infundió a la silla presidencial la “sacralidad de una monarquía indígena con formas legales, constitucionales y republicanas”.

     Nació en 1806 y ningún otro héroe, prócer o personaje de la historia nacional tiene esa semblanza admirable y sorprendente que proviene de su condición étnica, orfandad, marginalidad familiar, esfuerzo personal, educación, carácter y circunstancia histórica, coronando una biografía que ha sido gloriada desde el mismo día de su muerte, la noche del 18 de julio de 1872, hasta nuestros días.

    Zapoteco, pastor de ovejas, estudiante de jurisprudencia, abogado litigante, regidor, diputado local, diputado federal, servidor público, Fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca, cogobernante de su Estado (en el triunvirato interino de 1846), gobernador, ministro, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, preso político y Presidente de la República. Tremenda biografía. 

      Sería en su último discurso como Gobernador del Estado de Oaxaca, en 1852, en la apertura del primer período de sesiones ordinarias de la X Legislatura del Estado, que sentenciaría: “Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de las rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulsos de una voluntad caprichosa, sino con sujeción a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”; oración, esta última, que reiteradamente es invocada en alusión a lo que consideraba la responsabilidad en el trabajo público. 
     Juárez vivió sus ideas a cabalidad: liberal, laico, estoico en su convicción por la ley, serio en el ejercicio del poder y adusto en su persona. Buscó y asumió la presidencia de la república por la vía constitucional y la muerte impidió verificar las posibilidades reales de continuidad de su mandato, como algunos han especulado fundándose en deducciones de difícil confirmación. Fuentes Aguirre afirma que el mayor acierto de ese “hombre indomable” fue mantener la Presidencia durante la invasión francesa, y resguardar los documentos históricos fundentes del Estado mexicano. De Benito Juárez puede decirse la más humana valoración que de todo hombre y toda mujer de esfuerzos y convicciones probadas en el curso de sus vidas podría expresarse: a las personas hay que valorarlas, apreciarlas y medirlas por el saldo positivo de vida que resulta de la suma e importancia de sus aciertos. Nunca se equivoca, el que nunca hace nada, y Juárez hizo mucho, frente a cualquier desacierto que quisiera imputársele. 
  Sea en las versiones de los políticos, historiadores y periodistas de su tiempo, o en las de nuestros contemporáneos; unos y otros reconocen, con pasión o sin ella, el legado político y la obra jurídica de Benito Juárez, así como su indiscutible lugar en la historia nacional. En buena lid, tomo prestada de la prosa de don Andrés Henestrosa, la expresión que dedicara a otro prócer de la patria, indudablemente oportuna, para decir que si en Benito Juárez “…vale más el hombre que el nombre… [también]… el nombre vale tanto como el hombre y a ratos más vale el nombre… [porque]… más dura el nombre que el hombre”.
 

Cultura e Identidad Nacional: Nuevo art. 2° de la Constitución Federal

       La nueva redacción del artículo 2° de la Constitución Federal, publicada el pasado 30 de septiembre en el Diario Oficial de la Federa...