miércoles, 12 de septiembre de 2018

La independencia de México

Nuestra esencia es la de una nación con raíces históricas, culturales, sociológicas y jurídicas, y fundamentos étnicos de identidad y pertenencia que, en conjunto, han dado vida, en el largo tiempo, a los sinónimos existentes en nuestra Ley Fundamental: Estado Mexicano, Nación Mexicana, República Mexicana, Estados Unidos Mexicanos y México. Si el ilustre historiador-abogado, don Edmundo O´Gorman, nos enseñó a conmemorar; Gutierre Tibón nos descubrió criterios etimológicos, lingüísticos, geográficos y cosmológicos, para hablarnos de las sutilezas de la visión del mundo de los antiguos mexicanos, que hacían corresponder a la tierra con la luna, el agua, la vegetación y la fecundidad: el mítico “México: ombligo de la luna” u “Ojo del conejo (lunar)”, preñado de esoterismo y nociones autóctonas, y alimento profundo de la matria (madre) y de la patria (padre), mestiza, independiente, revolucionaria y contemporánea, llena de raíces de mexicanidad indisolublemente ligadas a la memoria de nuestros antepasados históricos, que perdieron su vida intentando solucionar los profundos quiebres de injusticia social que vivían y que no querían para ellos ni para sus hijos.
Por supuesto, la historia de nuestro país no se agota en la biografía de cada uno de nuestros independentistas originales; pero, sin ellos, no existiría comprensión plena de la intencionalidad del proceso de independencia, porque, no obstante las diferencias de interpretación histórica que tuvieron, ni Servando Teresa de Mier, Lorenzo de Zavala, Lucas Alamán, Carlos Ma. de Bustamante ni José María Luis Mora, menoscabaron los tamaños del movimiento que historiaron ni desconocieron el papel de quienes acaudillaron el proceso de independencia: Miguel Hidalgo y Costilla, Miguel Domínguez y Josefa Ortiz, Ignacio Allende, José María Morelos y Pavón, Juan Aldama, Mariano Abasolo, José Mariano Jiménez, Ignacio Rayón, Mariano Matamoros, Francisco Xavier Mina; fueron todos personajes centrales de aquellos que narraron los orígenes de la gesta independentista. Por eso, sin que nadie pudiera saberlo, desde la noche del 15 y la madrugada del 16 de septiembre de 1810, las historias regionales y municipales caminaron para construir la historia centenaria y nacional de un pueblo que, en el curso de los trescientos años anteriores, había creado una mexicanidad a contrapelo de elementos raciales, étnicos y culturales, desigualdades e inequidades, vaciados en los sentimientos de la nación que Morelos interpretó, con ese nombre, en la sesión inaugural del Congreso de Chilpancingo del 14 de septiembre de 1813, el primer congreso de la historia nacional. Mexicanos y mexicanas debemos saber que cada vez que un pueblo necesita tomar decisiones fundamentales para resolver los problemas públicos que nos abruman o los conflictos sociales que nos desesperan, podemos interrogar nuestros orígenes y el pensamiento y la conducta de quienes no dudaron en formar una nación, sabedores que la vida les iba en juego y sin saber si culminarían la obra, pero empeñados en lograr el fin que los unió. Conmemorar nuestra independencia es casi un acto de supervivencia de identidad comunitaria, regional y nacional, y de reivindicación de quienes acaudillaron la “revolución de independencia”, como la llamaron quienes historiaron en su tiempo la lucha armada iniciada en 1810. Ahora, en el festejo de nuestra independencia, puede ser muy bueno parafrasear a Alejandro Aura para expresar: si los insurgentes originales pusieron su identidad y les siguieron los demás; los mexicanos que hoy somos, debemos construir lo que sigue.

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