Filosofía,
Sociología, Psicología y Pedagogía son las disciplinas que más han contribuido
al debate y a las propuestas en materia de Educación, así como en su planeación
e instrumentación, poniendo de relieve una diversidad de factores y
problemáticas que han hecho de ella un campo de estudio altamente complejo y
difícil. Desde hace buen tiempo, W. Jaeger demostró el sentido de los ideales
antiguos sobre Educación y Cultura, provenientes de los antiguos grecolatinos,
que enfatizaban la formación de “espíritu y el cuerpo” y de los valores
“más altos”, cuestión que hoy se sigue concibiendo y practicando. Desde Rousseau,
retomando la perspectiva de los enciclopedistas y, después de él, los pedagogos
Pestalozzi, Herbart, Freinet, Montessori y Dewey proponiendo métodos de
enseñanza-aprendizaje centrados en los educandos; Ausubel, Bruner o Piaget construyendo métodos concretos para
interpretar la interacción de las personas o educandos con su entorno y la
asimilación de contenidos, esquemas y estructuras de conocimiento; en todos
ellos han estado presentes, en forma tácita o explícita, las preguntas sobre ¿qué
es educar? ¿cuáles son los fines y propósitos de la Educación? ¿primacía del
desarrollo individual o del desarrollo social?
Los
métodos y las preguntas, así como los autores y sus orientaciones, se han
aparejado a la problemática de la masificación de la Educación, es decir, al
conocido fenómeno de la escolarización extensa. Por supuesto, el núcleo de la
relación educativa está dada por los maestros y los aprendientes, en el
contexto amplio de los actuales sistema educativos nacionales que pueden
adoptar formas federales, estatales, regionales, provinciales o municipales -a
la par de formas centralizadas o descentralizadas de organización- debido a que
desde la órbita político-constitucional se entiende que las políticas
educativas las instituye el Estado y que, a su vez, la Educación cumple una
función social de primer orden para la transmisión generacional de
conocimientos, habilidades y destrezas, pero también de fines, valores e
ideales, es decir, toda aquella sustancia cultural que se constituye a partir
de la convivencia humana y la participación corresponsable de todos los que, de
un modo u otro, nos interrelacionamos de manera activa o pasiva con las ideas y
el intercambio de prácticas que implican recuperación, transmisión y
asimilación de costumbres, tradiciones, historia, conocimientos y avances
científicos, en espacios educativos donde sucede un poderoso, largo e innegable
fenómeno de socialización.
En
nuestro país, las cifras son contundente y las series históricas, así como la
actualidad de la matrícula permiten la obtención de índices de cobertura
educativa del grupo poblacional de 5 a 25 años de edad, para el análisis de la
eficiencia terminal medida por su capacidad de egresar alumnos de ciclo
completo, al tiempo de disminuir la deserción escolar, aumentar la retención
escolar y prevenir la demanda de servicios educativos. Recordemos que la tasa
de crecimiento de la matrícula escolar ha sido vista como logro, en tanto éxito
de la política pública educacional -la “democratización” de la Educación-
y como problema porque, indudablemente, la oferta educacional seguirá siendo
deficitaria en el futuro. Cuestión de diseño e instrumentación de políticas
públicas efectivas para garantizar este derecho humano ¿No?