Si hay
un estribillo muy usado -o muy desgastado, según se vea- es el relativo a las
consecuencias negativas por motivo de la ocurrencia de fenómenos naturales
(sismos, eventos meteorológicos ciclónicos o pluviales, epidemias de vector
biológico no humano) o de aquellos producidos por nosotros los humanos
(deforestación, sobreexplotación de ríos y mantos acuíferos, caza indiscriminada
de especies animales diversas); y, así, se dice que sus efectos son de carácter
“político, económico y social”, todo para afirmar que, según la magnitud del
fenómeno, sus alcances pueden ser de plano desastrosos o catastróficos, de
acuerdo a su ubicación en el espacio y en el tiempo. Sin embargo, en el caso
del Covid-19, como fenómeno pandémico inicialmente natural, el “estribillo”
resulta diametralmente cierto: aplica con toda su intensidad en el tiempo y la
geografía que nos interesa aquí y hoy.
En
este momento, el conocimiento especializado o intuitivo existente nos informa
de la realidad afectada por esta enfermedad que da pie a una economía
deprimida, en todas partes, con desempleo, disminución de la actividad
comercial, baja en la producción de bienes y servicios, así como mengua de los
ingresos fiscales que, a su vez, trae consigo la afectación del gasto público y
de la inversión pública (obra pública, sobre todo). Las consecuencias son tan
complicadas como las causas. En la circunstancia mundial del Covid-19 concurre
una complejidad de elementos y situaciones en las que suelen destacar dos que
tienden a ubicarse así: (1) de coordinación o colaboración, por cuanto a la
acción gubernamental; o, (2) de oposición y crítica, que generalmente corre a
cargo de la acción ciudadana; pero, en cualquier caso, se observan como si
ambas acciones fueren separables para resolver el fenómeno calamitoso, y como
si no se necesitara una mixtura de esas dos acciones.
Aunque
analíticamente sea factible examinar uno u otro, la situación de ambos
elementos es de franca simultaneidad y reciprocidad. ¿puede uno solo de ellos
resolver el problema pandémico de contagio y muerte? Definitivamente, no. Ni el
ritual político más antiguo o el protocolo burocrático más moderno y eficiente,
puede hacer que la sola acción de gobierno solucione el problema, aun cuando éste
diere a conocer causas y efectos, peligros y consecuencias, y medidas
emergentes y responsabilidades de las instituciones públicas encargadas de la
inmediatez de la emergencia. De hecho, ya todos los gobiernos de los países
agrupados en la ONU y en la OMS han hecho esto, al tamaño de sus correspondientes
capacidades; pero ninguno ha podido solucionar el problema por sí mismo, porque
le hace falta el complemento representado por la acción ciudadana, que no es
controlable simplemente por la fuerza, sino por la persuasión, es decir, por la
capacidad púbica de decirle la verdad para convencer y movilizar
mayoritariamente a la población en el sentido de orientar el esfuerzo colectivo
hacia medidas y acciones efectivas con el fin actualizar la “vacuna social” de
la cooperación comunitaria. El tema asusta por su sencillez: o nos ponemos de
acuerdo, o admitimos que mucha gente morirá, si se niega la realidad inevitable
de que la cooperación gobierno-ciudadanos es invaluable para afrontar una
enfermedad que no se resuelve por expresiones o críticas políticas, sino mediante
la colaboración humana en su más amplio sentido. De acuerdo.
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