El exministro de la Suprema Corte de Justicia, don
Sergio Valls Hernández, administrativista consumado de reconocida memoria
(q.e.p.d.), en coautoría con don Carlos Matute González, nos legó una magnífica
obra, denominada “Nuevo Derecho
Administrativo”, cuya más reciente edición (5ª, diciembre de 2017)
actualiza información sustantiva. Destaca en esta muy útil colaboración, el concepto
de nueva administración pública que admite aspectos formales (jurídicos) y
materiales (político-sociológicos) y que abandona las antiguas nociones
predominantemente normativistas o, en el otro extremo, excesivamente realistas,
para proponer un equilibrio que se nutre de teoría y praxis; animado, a su vez,
por la incorporación de consideraciones diversas, dada la inclusión del debate
y explicación del Sistema Nacional Anticorrupción que, por sí mismo, ya resulta
una valiosa contribución.
La administración pública sería, así, un ente
complejo y dinámico, integrado por normas, personas e instituciones, con
propósitos de servicio público en pro de fines tanto generales como
específicos, fundamentales para la convivencia de una colectividad de personas,
mediante acciones racionales y coherentes de gobierno. Pero una “nueva administración pública” significa
un esfuerzo por romper inercias burocráticas que vuelven retardatoria la acción
de gobierno y de la autoridad administrativa; esto es, implica una “nueva gobernación” o “nueva gestión pública” orientada hacia
un “bienestar social sostenible en el
largo plazo”, donde la nueva forma de gobernar -o, si se quiere, de
administrar- tiene que ver con la incorporación de valoraciones sociales sobre
equidad y participación social, antes soslayadas, para entender la realización
de los fines colectivos bajo principios de eficacia (cumplimiento de metas) y
eficiencia (con ahorros de tiempo y de dinero).
Ya no se trata ahora de simples gobiernos de mando y
control, que derivan en administraciones autoritarias, verticales o impositivas,
por decir lo menos; sino de gobiernos de dirección y de coordinación que
incorporan a la sociedad (instituciones civiles, organismos no gubernamentales,
grupos de interés, actores y representantes sociales, participación académica,
cámaras de comercio e industriales y, en fin, franjas sociales activas que no
pertenecen a las tradicionales estructuras gubernamentales), para una toma de
decisiones más horizontales y consensuadas. En efecto, si antes se pensaba que
era suficiente que un gobierno se legitimara en las urnas electorales, ahora se
asume que la elección solo da un rasgo de legalidad, pero no necesariamente de
legitimidad, pues ésta se gana en el quehacer diario de un gobierno que decide
actuar en un plano de igualdad con la sociedad, y no de superioridad. Gobernar
a la “antigua” es derroche de
recursos por meros actos voluntaristas y unilaterales de quien toma decisiones
públicas; gobernar “hoy” es hacer un
uso racional de los recursos a disposición, con una estrategia de incorporación
social de las personas a quienes se dirigen los beneficios colectivos, mediante
políticas públicas incluyentes que deben empezar por permitir la participación
social en la toma de decisiones, desde el principio de la gestión, del diseño,
del programa, del servicio público, de la obra, desde la planeación misma, para
no hacer del ciudadano un simple espectador; porque un “nuevo gobierno” o una “nueva
administración” considera al ciudadano como un sujeto y no como simple
objeto o cosa. Bien.